Crítica:CRÍTICA | Teatro

Lo que nunca muere

Chema Cardeña es uno de los fenómenos más singulares del panorama escénico valenciano que inicia el relevo de nuestro teatro hacia mediados de los años ochenta. Autor siempre, actor a menudo, y director en muchas ocasiones, funda con Juan Carlos Garés su propia compañía, Arden Producciones, y se descuelga en 1996 con la asombrosa La estancia, primera entrega de una trilogía que tiene como referente el teatro clásico europeo, a la que seguirán La puta enamorada y El idiota en Versalles. Metido de lleno en un propósito de largo aliento, Chema Cardeña prosigue su reflexión co...

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Chema Cardeña es uno de los fenómenos más singulares del panorama escénico valenciano que inicia el relevo de nuestro teatro hacia mediados de los años ochenta. Autor siempre, actor a menudo, y director en muchas ocasiones, funda con Juan Carlos Garés su propia compañía, Arden Producciones, y se descuelga en 1996 con la asombrosa La estancia, primera entrega de una trilogía que tiene como referente el teatro clásico europeo, a la que seguirán La puta enamorada y El idiota en Versalles. Metido de lleno en un propósito de largo aliento, Chema Cardeña prosigue su reflexión contemporánea sobre los temas del teatro clásico con el proyecto de su trilogía helénica, que arranca con El Banquete, sigue con La reina asesina y concluye con El ombligo del mundo, ahora estrenada en el Talía, en una trayectoria que va desde la filosofía a la comedia pasando por la tragedia.

El ombligo del mundo

De Chema Cardeña, por Arden Producciones. Intérpretes, Pepa Juan, Amparo Vayá, Juan Carlos Garés, Chema Cardeña, Ernesto Pastor. Iluminación, Jesús Sales. Vestuario, Pascual Peris. Escenografía, Ricardo Maldonado. Banda Sonora, Panxo Barrera. Coreografía, Eva López. Dirección, Chema Cardeña. Teatro Talía. Valencia.

Comedia con referencias

Comedia nada comedida es este montaje, casi un musical, donde Chema Cardeña hace una reescritura menos barroca que otras veces, más suelta, del pretexto que hasta ahora le ha guiado: tomar lo que supone que el espectador sabe sobre el teatro clásico para desmontar el mito de su origen en nombre de su permanente actualidad. Este rendido homenaje a Aristófanes está trufado, como es natural, de referencias oblicuas a la picaresca española, y funciona sobre un perpetuo guiño con el espectador a cargo de un narrador que cuenta las trapacerías de su vida.

No es el mejor texto de Cardeña, empeñado en hacer una comedia total cuando antes había demostrado sus facultades de comediante más bien a retazos y ahora pasa a enfrentarse sin red con un género que obedece a otras claves de escritura. Aunque tampoco hay que poner reparos al deseo de llegar a un más amplio espectro de público, en una puesta en escena que a veces se lo pone demasiado fácil y que no siempre desdeña el trazo grueso, en una especie de fusión entre el circo y las variedades con un solo mensaje: el poder siempre es el poder, y sus detentadores, unos tramposos inconsecuentes con los que hay que andarse con mucho ojo.

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