Necrológica:

Enrique Correa, violonchelista, ilustrado del arte

El pasado día 2 ha muerto uno de los más grandes intérpretes del violonchelo, Enrique Correa Balbín (Gijón, 25 de octubre de 1958). Pocas veces cabe conocer y se tiene la suerte de tratar a un músico tan vocacional como Correa, capaz de superar todos los duelos y quebrantos de la profesión para sentirse feliz en y con la música. Con la muerte de Tordesillas y, ahora, la de Enrique Correa, siento que me falta una parte importante de mi propia vida. Fuimos íntimos amigos, "compañeros del alma", condiscípulos en el aula privada de Conrado del Campo, colaboradores luego por distinta vía, y ahora v...

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El pasado día 2 ha muerto uno de los más grandes intérpretes del violonchelo, Enrique Correa Balbín (Gijón, 25 de octubre de 1958). Pocas veces cabe conocer y se tiene la suerte de tratar a un músico tan vocacional como Correa, capaz de superar todos los duelos y quebrantos de la profesión para sentirse feliz en y con la música. Con la muerte de Tordesillas y, ahora, la de Enrique Correa, siento que me falta una parte importante de mi propia vida. Fuimos íntimos amigos, "compañeros del alma", condiscípulos en el aula privada de Conrado del Campo, colaboradores luego por distinta vía, y ahora valoro con pena profunda sus ausencias. Se da el caso de que Enrique, como Pepe Tordesillas, fueron un modelo de bonhomía, de rectitud, de defensa sin ira de la verdad, tanto como hombres, cuanto como artistas. Dado a la lectura, inquisitivo de cuanto pasaba en el mundo, Enrique poseía un humor entre asturiano e inglés que podía condensar en muy pocas palabras, cuando le preguntabas: ¿Cómo estáis, Enrique?, respondía sin titubear "... por lo demás, bien".

Trabajó en firme el violonchelo con Juan Ruiz Casaux, que, a su vez, había sido formado por Víctor Mirecki, y al hacerlo aumentó en Enrique su predisposición de "ilustrado", su talante de liberalidad, su concepto exigente de rectitud. Tras los primeros triunfos y los éxitos iniciales como concertista, cuartetista y concertino de la Orquesta Nacional y en la Sinfónica de RTVE, estuvo en la Academia Chigiana de Siena y en Colonia junto a Gaspar Cassadó. Para todo cuanto lo merecía tenía abierta la puerta de su afección y amistad con la colaboración de Amelia, su mujer, pintora de indeclinable vocación y refinado instinto.

En última instancia, ignoro la procedencia de su filiación francesa, en la cultura toda y en la música muy particularmente. Sus versiones de Fauré o Saint-Säens evidenciaban tal amor y convertían su interpretación sonora en algo distinto por la sustancialidad de los conceptos y la efusividad de la expresión. Durante la estancia de Markevich en Madrid, como titular de la Orquesta de RTVE, nació una amistad entrañable entre el director y su primer solista de "chelo" y el aliento de Enrique como profesor se alzaba con tal convicción sobre sus discípulos -su propio hijo, Luis Miguel, Ángel Luis Quintana, Alejandro Marías y tantos más- que segaba del rais el menor titubeo, o la más mínima tentación de desánimo.

Enrique Correa fue, y así lo recordaremos, un señor en el sentido más preciso del término, menos cáustico que Clarín y tan amante del "arte puro y hondo" como Ramón Pérez de Ayala, por citar dos asturianos de alta alcurnia. Y en no menor medida un artista de humildad fallesca, un espíritu ejemplificador del antidivo. En suma, un ser inolvidable al que admirábamos aunque no nos atreviéramos a decírselo.-

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