Crítica:FESTIVAL FLAMENCO | CAJA MADRID

La gozosa explosión del baile

El baile puso punto final al festival, con mucha alegría, con mucha marcha, con sana jovialidad y guiños cómplices que "cazaron" de inmediato al público. Gozosa explosión del arte jerezano quizá más genuino, puesto que se trata de "vivir" más que de "interpretar" la fiesta.

Y para eso el protagonista ideal es Antonio el Pipa. Se gusta mucho él -y lo declara sin problemas, no estoy figurándome, o inventando, nada-, porque es guapo y tiene planta, porque se viste muy bien, porque se siente simpático y le encanta el baile que hace, el de su casa, el que aprendiera seguramente antes de sabe...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El baile puso punto final al festival, con mucha alegría, con mucha marcha, con sana jovialidad y guiños cómplices que "cazaron" de inmediato al público. Gozosa explosión del arte jerezano quizá más genuino, puesto que se trata de "vivir" más que de "interpretar" la fiesta.

Y para eso el protagonista ideal es Antonio el Pipa. Se gusta mucho él -y lo declara sin problemas, no estoy figurándome, o inventando, nada-, porque es guapo y tiene planta, porque se viste muy bien, porque se siente simpático y le encanta el baile que hace, el de su casa, el que aprendiera seguramente antes de saber andar. Con tanto entusiasmo personal y su indudable buen hacer como bailaor, no debe sorprendernos la facilidad con que el público se prenda de él y jalea su arte.

La seducción del arte flamenco

Cante: Capullo de Jerez y Manuel Moneo. Toque: Diego Amaya y Juan Moneo. Baile: Antonio el Pipa con Tía Juana la del Pipa y grupo. Teatro Albéniz. Madrid, 21 de febrero.

Un arte que descansa fundamentalmente en los tres o cuatro bailes que hace en solitario -en uno le acompaña, con gracilidad y eficacia, una jovencísima bailaora cuyo nombre no puedo reflejar porque no constaba en el programa-, y que son un espléndido vehículo para su lucimiento. Técnicamente, si se quiere, tampoco vimos maravillas, pues la actitud bailaora de El Pipa fue reiterativa y, ocasionalmente, hubo algún embarullamiento. Pero en el escenario todos cumplieron y se divirtieron, incluida la gran Juana Fernández con sus cantes por soleá y por bulerías, y el público salió contentísimo porque lo había pasado muy bien. Lograr eso también es un arte, y no pequeño.

Por delante había cantado el inefable Capullo de Jerez. Un personaje singular, que tiene su público fiel y una forma un tanto brusca de cantar, como a borbotones, con paradas secas y arrancadas aceleradas en que suelta tercios muy largos con contenidos sui géneris que a veces son de su creación. Es cantaor corto, de pocos géneros: soleá por bulerías, tangos, fandangos, bulerías, en los que de pronto percibimos acentos jondos de factura estimable.

Pero a continuación llega un señor del cante que se llama Manuel Moneo y, naturalmente, es ya otra historia. Comienza a cantar por soleá, lentamente, masticando el compás, y nos damos cuenta de que este cante -gustos personales aparte- es verdadero, es el cante. Manuel Moneo es un señor de lo jondo, sin más, a quien en Jerez se respeta como a un maestro. Fuera de aquel entorno es difícil oírle cantar, porque le cuesta mucho vencer el miedo escénico. Pero es el patriarca de una dinastía flamenca de antigua solera, los Moneo o Boneo, a la que algunos estudiosos sitúan entre las familias de los orígenes del cante. Por soleares, por siguiriyas, Manuel Moneo dejó la impronta de un cante grande y hermoso. Hoy ya casi no se canta así. Lo que es de lamentar muy profundamente.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En