Besando al perdedor

No procede titular una crónica de un concierto con el nombre de un disco, si no ésta se habría titulado Música celestial, como el último trabajo del granadino José Ignacio Lapido. A cambio, se ha parafraseado una de sus magistrales canciones, Nadie besa al perdedor. Lapido sabe lo que canta, elige cuidadosamente cada toque de guitarra, cada párrafo y estribillo. A otros les tocará decirle que eso es más que triunfo, que su poesía eléctrica, llena de vitalidad y vibración, tiene más futuro que cualquier fenómeno mediático que se desvanece en días. Que tiene más vida y sentido.
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No procede titular una crónica de un concierto con el nombre de un disco, si no ésta se habría titulado Música celestial, como el último trabajo del granadino José Ignacio Lapido. A cambio, se ha parafraseado una de sus magistrales canciones, Nadie besa al perdedor. Lapido sabe lo que canta, elige cuidadosamente cada toque de guitarra, cada párrafo y estribillo. A otros les tocará decirle que eso es más que triunfo, que su poesía eléctrica, llena de vitalidad y vibración, tiene más futuro que cualquier fenómeno mediático que se desvanece en días. Que tiene más vida y sentido.

Lapido dio un concierto soberbio, recogiendo, por un lado, el enorme legado de su antiguo grupo, 091 (Nubes con forma de pistola, En el laberinto, Cómo acaban los sueños...), y por otro, las maravillosas canciones que ha creado desde que el guarismo se disolvió hace ya más de media docena de años. Su público fiel gozó con su pop poderoso de guitarras, heredero de la nueva ola ochentera, el rock sureño setentero o el rhythm & blues de siempre. Canciones apasionadas y sudadas: un triunfo.