CULTURA Y ESPECTÁCULOS

Álex Rigola lleva la "locura de amor" a Peralada

'Cancionero de Palacio', en versión escenificada, se verá mañana en Medina del Campo

El Festival de Peralada, adelantándose a los actos conmemorativos del quinto centenario de la muerte de Isabel la Católica, presentó con carácter de estreno el espectáculo Cancionero de Palacio, que se podrá ver mañana en el castillo de la Mota de Medina del Campo (Valladolid), en versión escenificada de Álex Rigola. La música era buena: una selección de las más hermosas piezas del Cancionero de Palacio o, lo que es lo mismo, los "40 principales" de la corte de los Reyes Católicos. Eran canciones que con palabras sabias y hermosas hablan fundamentalmente de amor y d...

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El Festival de Peralada, adelantándose a los actos conmemorativos del quinto centenario de la muerte de Isabel la Católica, presentó con carácter de estreno el espectáculo Cancionero de Palacio, que se podrá ver mañana en el castillo de la Mota de Medina del Campo (Valladolid), en versión escenificada de Álex Rigola. La música era buena: una selección de las más hermosas piezas del Cancionero de Palacio o, lo que es lo mismo, los "40 principales" de la corte de los Reyes Católicos. Eran canciones que con palabras sabias y hermosas hablan fundamentalmente de amor y desamor.

La interpretación musical era buena: la Capella de Ministrers, el conjunto que dirige Carles Magraner, se esmeró. El quinteto vocal funcionó conjuntado y homogéneo cuando fue grupo y con suficiencia cuando se desgranó en individuos. A destacar la belleza y dulzura vocales de la soprano Pilar Esteban y del contratenor José Hernández. Lo que había sobre el escenario era sorprendente, impactante y hermoso: la escenografía, de Bibiana Puigdefábregas, proporcionaba imágenes muy potentes que representaban un manicomio con literas, váter y pared acolchada practicable y encaramable.

El movimiento en el escenario, con los cantantes en funciones de celadores, actor y actriz en funciones de doctor y enfermera respectivamente y ocho bailarines en funciones de pacientes, se efectuaba en silencio. La música era respetada, ocupaba el primer plano y si se cerraban los ojos aquello se transformaba en un simple concierto.

Todos los ingredientes eran buenos, pero el plato, al final, fue saludado mayoritariamente con aquellos extraños aplausos de desconcierto que empiezan piano y moderato y acaban, a lo sumo, en mezzoforte y allegretto, signo inequívoco de que el público está confuso, no sabe exactamente si toca aplaudir o no, si le han tomado el pelo o no, si aquello, en fin, era bueno o era malo. El espectáculo es bueno, pero no es fácil de encajar, pues no se adapta a ningún código ampliamente consensuado. No es ópera, ni, propiamente, teatro; tampoco es concierto ni recital, es concierto dramatizado, una subespecie que se está poniendo muy de moda, pero hay una clara voluntad de trascender la mera descripción y, desde luego, no es un cromo de época con Juana la Loca y Felipe el Hermoso en escena. Buena parte de su código pertenece a la danza, pero tampoco es danza, es un espectáculo con su propio código, y no intentar encasillarlo a la fuerza en los parámetros conocidos es el secreto para gozarlo.

El espectáculo es mejorable: la lengua de la época de los Reyes Católicos nos queda lejos y los recovecos y parte de la belleza de los textos se escapa. Se abusa también del baile de San Vito en la coreografía, pero hay una lógica oscura, inefable, opaca a la razón, la lógica del arte, que conecta textos, música y escena y otorga sentido artístico a la propuesta de Rigola.

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