Análisis:

Escuela de la vida

Cuando se estrenó Hotel Glamour (antes de jibarizarse en Hotel Glam) fui razonablemente pesimista al presagiar de qué serían capaces sus directores e inquilinos. Tres meses después veo un latifundio en el que nunca más volverá a crecer la hierba. Liderada por el airado Pocholo, salido de una farsa gore de El señor de los anillos, la horda de HG ha superado los pronósticos. La apuesta de dar un paso más en la evolución de los shows de cautividad ha engendrado una rave catódica que ha potenciado los instintos primarios (calentura, aburrimiento, va...

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Cuando se estrenó Hotel Glamour (antes de jibarizarse en Hotel Glam) fui razonablemente pesimista al presagiar de qué serían capaces sus directores e inquilinos. Tres meses después veo un latifundio en el que nunca más volverá a crecer la hierba. Liderada por el airado Pocholo, salido de una farsa gore de El señor de los anillos, la horda de HG ha superado los pronósticos. La apuesta de dar un paso más en la evolución de los shows de cautividad ha engendrado una rave catódica que ha potenciado los instintos primarios (calentura, aburrimiento, vanidad) y el culto a la personalidad disonante. ¿Cuánto hubo de cálculo y cuánto de improvisación? Más de lo segundo que de lo primero, pero Gestmusic contuvo con estratégica agilidad el pánico y los naufragios de un concurso cuyo único activo ha sido su prodigiosa capacidad para edificar, sobre la nada, un monumento al entretenimiento más primitivo. La pieza que ha permitido que este desquiciado buque llegase a puerto ha sido Jesús Vázquez, solo ante el peligro, capaz de torear delirios ajenos a granel.

¿Qué demonios es HG? Según Yola, "una escuela de la vida", una verdad a juzgar por lo que, tras ganar, le dijo Sardá en Crónicas marcianas: "Tú has nacido aquí". Tenemos, pues, una primera quinta de telemutantes física y moralmente tan inestables como Yola ("se te está saliendo un pezón", la avisó Sardá cuando replicaba a Aznar). Visto lo visto, podemos deducir que estos bípedos de plató limitan su actividad a una gama de instintos desafinados y a la estéril dialéctica de conflicto-reconciliación. El finalista, Pocholo, mostró un carácter tan extravagante que dinamitó el reglamento y fue el alma de una glam session en la que se dedicó a pedir justicia por su mutilada mochila. En coherencia con su género, HG ha abusado del mal gusto y de la estridencia, pero en dosis tan superiores a las habituales que rozó la categoría de proeza. La reiteración con la que trató la masturbación de Yola a Dinio, exprimida hasta convertir la indignación en incredulidad, ha sido la seña de identidad del programa.

Yola fue la perfecta antagonista para Pocholo. Donde él pedía acción y ciclón capilar, ella respondía con posesiones y tirones de moño. Los demás han sido comparsas de lujo (Frank Francés se creyó el hieratismo de su personaje hasta enmudecer y Dinio se agarró a su patológica confusión como modus vivendi). HG ha sido una experiencia espeluznante. Permanecíamos atentos a la pantalla sin poder reaccionar, incapaces de dar crédito a semejante desfile de asiliconada frivolidad, enlatada testosterona e hilaridad primitiva.

Sólo la infinita benevolencia que, para expiar sus pecados, asalta a los espectadores acabará por redimir a sus protagonistas, oficiantes de un rito cuyo mantra más gráfico es ese Es una lata el trabajar vociferado en una conga. Si a eso le añadimos que HG ha generado una sinergia tan rentable como perversa en Tele 5 podríamos concluir que ha sido un éxito cuantitativo y que, en el futuro, será la referencia para los programadores. Que Dios nos coja confesados.

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