Reportaje:

La guerra y los 'reality shows'

La primera guerra del Golfo fue una granulada estampa en verde, pero la actual es una trágica película a todo color. Una película muy vista y discutida porque ni las restricciones de Estados Unidos ni la censura de Bagdad han podido impedir la conversión de la matanza en artículo de primera fila para la televisión. Y no ya sólo para su explotación en los espacios estrictamente informativos, sino para las 24 horas en algunos departamentos de entertainment.

¿Un entretenimiento la guerra? ¿Por qué no? Precisamente, cualquier televisión, a menudo integrada en un grupo multimedia de m...

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La primera guerra del Golfo fue una granulada estampa en verde, pero la actual es una trágica película a todo color. Una película muy vista y discutida porque ni las restricciones de Estados Unidos ni la censura de Bagdad han podido impedir la conversión de la matanza en artículo de primera fila para la televisión. Y no ya sólo para su explotación en los espacios estrictamente informativos, sino para las 24 horas en algunos departamentos de entertainment.

¿Un entretenimiento la guerra? ¿Por qué no? Precisamente, cualquier televisión, a menudo integrada en un grupo multimedia de millones de dólares, perdería la cabeza por conseguir la oportunidad de un espectáculo que permitiera ganar tanto dinero y audiencias. Una guerra larga espantaría a los espectadores y una guerra muy corta echaría a perder la gran ocasión, pero una contienda de varias semanas (13 semanas duran las series) sería la dosis justa para alcanzar las máximas rates.

¿Un entretenimiento la guerra en televisión? ¿Por qué no?
Mientras las demás televisiones árabes llaman al conflicto "guerra de liberación", Al Yazira la ha denominado "invasión", y no ahorra la sangre
En la comparación de audiencias de 'reality shows' de 'The New York Times', una parte prefería sintonizar la guerra como el más auténtico documento de lo real
Todo el mundo asiste, a la vez y en directo, al máximo episodio imaginable para las cámaras; la mayor oportunidad para la industria de la imagen

No cabe duda de que, sin los controles y entorpecimientos políticos actuales, las emisoras y sus reporteros habrían logrado resultados audiovisuales incomparablemente más atractivos, pero ¿cómo no verse sobrecogido por las mutilaciones de niños, los muertos a granel o las escenas de pánico que se difunden? Probablemente la televisión está infligiendo más daño a Estados Unidos que las destartaladas divisiones iraquíes, y, sin duda, Al Yazira ha cumplido sobre sus 45 millones de telespectadores, en su mayoría árabes, un efecto de reclutamiento colosal, materializado en los miles de voluntarios trasfronterizos que se enrolan en las filas de Sadam Husein.

"No defendemos al dictador", dicen. "Vamos a luchar para salvar a nuestras familias de los norteamericanos". Es decir, a las familias suyas y de compatriotas que han visto, en la televisión, diezmadas por los bombardeos de la coalición. Mientras las demás televisiones árabes llaman al conflicto "guerra de liberación", Al Yazira la ha denominado "invasión", y no ahorra, en contraste con las demás, la visión de la sangre y el peor estrago. En general, mientras los árabes se ven excitados por el horror más directo de Al Yazira, los norteamericanos acceden a una realidad menos insoportable, aunque mortífera al fin y consternadora.

De hecho, en la comparación de audiencias de reality shows que realizó The New York Times el 28 de marzo, una parte notable de los encuestados declaraba su preferencia por sintonizar la guerra como el más auténtico documento de lo real. Aunque no todos necesariamente la preferían. Algunos programas de reality show, como Survivor en la NBC y American Idol en la Fox, han conservado la misma cuota de audiencia que disfrutaban antes del 19 de marzo o incluso algo más. Como consecuencia, los ejecutivos de las grandes emisoras no se ponen de acuerdo en si es o no oportuno, en estos momentos, lanzar nuevas ediciones de reality show más ligeras que la guerra. Para Andrea Wong, sénior vicepresidenta de series alternativas y especiales de ABC Entertainment en Los Ángeles, dependiente significativamente de Walt Disney Company, "cuando el drama real se desarrolla en el mundo, el público se muestra menos interesado por el drama producido en los platós". Pero, ¿significa esto que los espacios de guerra no son producidos? ¿Cómo establecer la diferencia entre lo que es realidad y reality show, una vez que ambas se fotografían como espectáculo, se ofrecen como programación y se reciben como material del mismo medio?

La población se encuentra sobrecogida por la guerra, pero la guerra sólo sobrecoge en el modo en que dispone apropiadamente para el mensaje televisivo. El mundo vive, además, comunitariamente la guerra gracias a la comunidad de la pantalla. El vídeo da vida y tanta más vida dulce cuanta más muerte introduzca con sus entregas de sabor aciago.

¿No será, sin embargo, excesivo? Jeff Gaspin, vicepresidente ejecutivo de programas de la NBC en Burbank (California), división propiedad de General Electric Company, que piensa que "cuando la realidad (¿la realidad?) se hace más dura, el espectador no lo soporta y busca el escape de programas más livianos". Es decir: elige una oferta más digerible, menos grave, entre los llamados reality genre, el género realidad, que actualmente se comercializa en más de 200 programas simultáneos para el ciudadano norteamericano. De entre ellos, dos series desprovistas de todo dramatismo (Star search y Are you hot, the search for America's Sexiest People), que fueron interrumpidas por excesivamente frívolas cuando sobrevino el ataque a Irak, han regresado esta misma semana a las pantallas.

¿Señal de que vuelve la normalidad? ¿Aburre Irak? Esta guerra había empezado a no ser el tipo de fenómeno que se resiste bien durante días y días. Las operaciones se habían estancado y los éxitos no podían ofrecerse a la avidez patriótica del público. Ha sido necesario acelerar las batallas y multiplicar las muertes. El inmediato ataque a Bagdad podría reavivar el interés, pero, de no ser así, las audiencias habrían flojeado. La marcha de los índices bursátiles es una buena orientación para sopesar los grados de audiencia. Las acciones y los espectadores suben en sintonía con la atracción que despierta el argumento y su capacidad de entretenimiento.

El suceso de la guerra constituye, hoy por hoy, la gran superproducción mundial que afecta consecuentemente a las demás producciones, de mercancías, de ideas, de financiaciones, de espectadores. En consecuencia, no podrá decepcionar, y menos en manos de la nación del entretenimiento por antonomasia. Más aún: nunca antes se había registrado una convergencia más potente entre el mundo de la producción y el del espectáculo que en estos momentos. O bien: entre las realizaciones de la televisión y la televisión de los hechos.

Literalmente, todo el mundo asiste a la vez y en directo al máximo episodio imaginable para las cámaras; la mayor oportunidad imaginable para la industria de la imagen. ¿Cómo no depositar en ella una expectativa extraordinaria dentro del reality show? La guerra representa un guión tan real que la muerte auténtica se halla en su centro. Una muerte tan escalofriante que se ven temblar las imágenes de los corresponsales y sus escenarios transmitidos por el videophone imperfecto y vacilante en los tiempos de la alta definición. La guerra es el depósito de vida y de muerte extremos. El caudal más grande para el montaje de un insuperable reality show. Y con extraordinarias consecuencias: porque si nada es más verdadero que la muerte, la guerra se alza como la más purificada verdad.

El público demanda hoy verdad en todos los aspectos. Estima la comida sin aditivos, las novelas basadas en hechos reales, los documentales de cine, los tejidos de fibras naturales, las antigüedades, la telerrealidad. La guerra, mediante el certificado de la sangre y la destrucción sin paliativos, es la oferta más auténtica y valiosa, de acuerdo con las exigencias de la clientela. A más consumo de esta muerte pura, más cotización de la propia vida; a mayor saturación de horror, mayores deseos de paz. ¿Cuándo, de otra manera, se habría asistido al reconfortante espectáculo humano de las masivas manifestaciones pacifistas? ¿Cuándo, sin la guerra, habríamos gozado, en plena era hiperindividualista, de una escenificación solidaria a tan gran escala?

No cabe duda, por tanto, de que la guerra acaso ya no termine nunca. El efecto mariposa que enseña la teoría de las catástrofes se corresponde con el asombroso efecto de la conspiración que perpetró Mohamed Atta y sus amigos suicidas del 11-S. Un atentado casero que ha podido convertirse ya en una guerra mundial y perpetua. O bien, en el programa interminable de nuestras vidas, a efectos de la televisión.

Tres helicópteros estadounideses hacen un alto en el desierto para repostar antes de dirigirse al norte.AP

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