UN PAÍS DE CINE / DVD | Furtivos

Un tenaz francotirador

Zaragozano de 1929, licenciado en Derecho, opositó en el Ministerio de la Vivienda, lo que le llevó a trasladarse a Madrid, donde ingresó en la Escuela de Cinematografía. Tras rodar algunos documentales, aceptó dirigir Brandy (1964), un spaghetti western, género de moda en aquellos años. Le siguió Crimen de doble filo (1965), otro "ejercicio de aprendizaje", que no le satisfizo. Abandonó provisionalmente la dirección cinematográfica para dedicarse a la docencia y a la publicidad. Desde su propia productora puso en pie proyectos ajenos como ...

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Zaragozano de 1929, licenciado en Derecho, opositó en el Ministerio de la Vivienda, lo que le llevó a trasladarse a Madrid, donde ingresó en la Escuela de Cinematografía. Tras rodar algunos documentales, aceptó dirigir Brandy (1964), un spaghetti western, género de moda en aquellos años. Le siguió Crimen de doble filo (1965), otro "ejercicio de aprendizaje", que no le satisfizo. Abandonó provisionalmente la dirección cinematográfica para dedicarse a la docencia y a la publicidad. Desde su propia productora puso en pie proyectos ajenos como Un, dos, tres, al escondite inglés (Iván Zulueta, 1969) o Mi querida señorita (Jaime de Armiñán, 1971), que se transformó en un gran éxito popular, lo cual le animó a producir y dirigir su tercera película, Hay que matar a B. (1974), iniciando con ella su carrera más personal. Pero como algunos críticos encontraron en esta película influencias del cine norteamericano, Borau decidió hacer a continuación "una película española hasta las cachas, carpetovetónica hasta la desesperación". Y así surgió Furtivos.

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El éxito de Furtivos no se prolongó, sin embargo, en su siguiente película, La Sabina (1979), como tampoco en Camada negra (1977), que le produjo a Manuel Gutiérrez Aragón. A pesar de los desastres de taquilla, su experiencia en Estados Unidos con On the line (Río abajo, 1984), luego en España con Tata mía (1986), Niño nadie (1996) y Leo (2000), le han confirmado como un autor amante del cine clásico que busca un estilo personal al que no está dispuesto a renunciar. Esta "contumaz lucha por su independencia" le hace correr riesgos, innovar en cada nueva película, algo que, según Miguel Marías, "le atrae, le tienta y le fascina hasta en contra de su voluntad". Porque, y lo dice Alberto Sánchez, "Borau es una especie de Don Quijote del cine español, el caballero que más ha luchado por cosas imposibles, por conseguir que lo que sólo parecían fantasías se hiciera realidad, y lo ha hecho desde el compromiso ideológico, social y moral como ciudadano, y desde el riesgo como profesional".

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