Análisis:ZAPPING

La guerra y tal

La infelicidad es muy televisiva. Alimenta programas que viven de exponer miserias genitales y sentimentales. Cuantas más desgracias se producen entre familias y parejas, mejor, ya que cada suceso provoca dividendos y, por extensión, audiencia.

El follón sentimental está tan extendido que la familia Simpson parece del Opus. En un capítulo de esta semana (Los Simpson es la joya de la corona de Antena 3), Homer presume de que su matrimonio "está construido sobre los sólidos cimientos de la rutina". Pero hay otras desgracias, tanto o más terrenales. En La noche abierta, Joan ...

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La infelicidad es muy televisiva. Alimenta programas que viven de exponer miserias genitales y sentimentales. Cuantas más desgracias se producen entre familias y parejas, mejor, ya que cada suceso provoca dividendos y, por extensión, audiencia.

Lucía

El follón sentimental está tan extendido que la familia Simpson parece del Opus. En un capítulo de esta semana (Los Simpson es la joya de la corona de Antena 3), Homer presume de que su matrimonio "está construido sobre los sólidos cimientos de la rutina". Pero hay otras desgracias, tanto o más terrenales. En La noche abierta, Joan Manuel Serrat lució la tradicional chapa contra la guerra. Cantó y compartió charla concienciada con un Pedro Ruiz Céspedes al que le sienta bien haber perdido parte de la crispación que lastraba su programa. Un programa en el que, a veces, se producen momentos tan irrepetibles como cuando una inspirada Pasión Vega le cantó a Serrat una versión de Lucía que ponía, entre otras cosas, la piel de gallina.

Observación

Que el único debate televisivo sobre la guerra sea el de Crónicas marcianas es sintomático (está el del Congreso, sí, pero por el tono que emplean los diputados parece que estén haciendo méritos para que los fiche Sardá. Por cierto: que Felipe González se pase meses sin ocupar su escaño, ¿no debería considerarse absentismo laboral?). Viendo el debate marciano sobre escudos humanos, intento concentrarme en los argumentos, pero no consigo creérmelos porque no puedo quitarme de la cabeza que en esa misma mesa pronto se despellejarán cotos contra hornillos, raqueles contra encarnis, gustavos contra kikos.

De la parodia

Si a eso le añadimos que a algunos contertulios (el padre Apeles, Pilar Rahola) les puede más la estridente forma que el fondo, la conclusión a la que llegan mis deterioradas neuronas es que la guerra también alimenta el espectáculo, como si las buenas intenciones no pudieran vencer la naturaleza frívola del género. Tardé un tiempo en entender que Crónicas marcianas era un pasional ejercicio de parodia que trituraba la realidad para sacarle un jugo desmadrado y que como tal debía ser consumido. Deduzco, pues, que Rahola y Apeles son una parodia de debate, y entonces sí lo entiendo, porque es frívolo, demagógico, superficial, tramposo, y precisamente por eso consigue el difícil objetivo de entretener. Y sospecho que si han elegido a Rahola y Apeles no ha sido por su pedigrí intelectual, ni porque sean ejemplo de nada, sino porque dan juego, y porque el espectador puede asociarlos a otros grandes momentos de su biografía televisiva. Cierro los ojos y mi videoteca mental me devuelve aquellas fascinantes peleas de Apeles zurrándose verbalmente con Aramís o las entrañables imágenes de Pilar Rahola en Sorpresa, sorpresa o cantando y bailando en aquellos espeluznantes play backs benéficos de Antena 3.

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