Crítica:CLÁSICA | FILARMÓNICA DE OSLO

Música viva, auténtica y libre

La Filarmónica de Oslo, fundada en 1919, ha tenido a su frente grandes maestros, pero quizá es desde la rectoría de Blomstedt, Okko Kamu y Marias Janson, esto es, a partir de los años sesenta, cuando alcanza una consideración mundial de primer orden. La continuidad viene asegurada por el liderazgo de André Previn, que sustituyó a Jansons el año pasado. Ese músico completo que es Previn -pianista, compositor, director- ha obtenido ahora en el ciclo de Ibermúsica un éxito total con las versiones espléndidas de dos segundas sinfonías: una de ayer, la de Rachmaninov, y otra contemporánea, l...

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La Filarmónica de Oslo, fundada en 1919, ha tenido a su frente grandes maestros, pero quizá es desde la rectoría de Blomstedt, Okko Kamu y Marias Janson, esto es, a partir de los años sesenta, cuando alcanza una consideración mundial de primer orden. La continuidad viene asegurada por el liderazgo de André Previn, que sustituyó a Jansons el año pasado. Ese músico completo que es Previn -pianista, compositor, director- ha obtenido ahora en el ciclo de Ibermúsica un éxito total con las versiones espléndidas de dos segundas sinfonías: una de ayer, la de Rachmaninov, y otra contemporánea, la de Henri Dutilleux (Angers, 1916), una de las más representativas figuras de la creación musical francesa surgida tras la Segunda Guerra Mundial.

Orquestas del Mundo

Filarmónica de Oslo. Director: A. Previn. Auditorio Nacional. Madrid, 5 de marzo.

Esta hermosa sinfonía, escrita para la Orquesta de Boston en 1956 y estrenada bajo la dirección de Charles Munch, tiene, entre otros, un mérito: el de no obligarnos a medir su modernidad según su cercanía o lejanía con las escuelas derivadas de Schönberg o impulsadas por el cimero Stravinski.

Es música viva, auténtica, original y libre en su misma forma -un desarrollo progresivo de gran amplitud- y en su juego instrumental, combinatorio del concerto grosso (un grupo de 12 instrumentistas dialoga y se integra en un total sinfónico grande), con resultados de extraordinaria belleza. Precisa no sólo de fidelidad e identificación por parte del director con el autor, que la hubo en alto grado con André Previn, sino también verdadero virtuosismo por parte de todos, lo que igualmente se alcanzó hasta el límite. Por la obra misma y por su interpretación, la página de Dutilleux obtuvo un éxito fuera de lo común.

No faltaron justos aplausos para la Segunda sinfonía (1908) de Rachmaninov, hija de la Rusia de Chaikowski, pero también de la de Glazunov y Taneiev, maestros directos de Rachmaninov. La escuela, aún en versión tan excepcional como la de Previn y la centuria noruega, pesa un tanto, probablemente por el conformismo de las ideas e invenciones encuadradas, por otra parte, en un continuo no desprovisto de connotaciones originales. Pero, por aquellas calendas, Scriabine ha dado sus poemas Divino y del Éxtasis, Strauss ofrece su Electra, y Dukas su Ariadna y Barba Azul.

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