Columna

Ana Botella

Pasaron las señoras de Suárez, Calvo Sotelo y González discretamente por la presidencia consorte del Gobierno, y aunque Carmen Romero salió diputada por Cádiz ha sido la suya una presencia política sutil y autónoma. Aparece ahora Ana Botella debajo de la capa de Ruiz-Gallardón y no de la de Luis Candelas, ni de la de su marido, que cual Batman del centrismo universal se predispone a vuelos por cielos globalizados. Conserva Ana Botella aspecto de muchacha reposada aunque sea madre de hijos por casar, responsabilidad a compartir con su deseo de hacer de Madrid la ciudad más importante del mundo,...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Pasaron las señoras de Suárez, Calvo Sotelo y González discretamente por la presidencia consorte del Gobierno, y aunque Carmen Romero salió diputada por Cádiz ha sido la suya una presencia política sutil y autónoma. Aparece ahora Ana Botella debajo de la capa de Ruiz-Gallardón y no de la de Luis Candelas, ni de la de su marido, que cual Batman del centrismo universal se predispone a vuelos por cielos globalizados. Conserva Ana Botella aspecto de muchacha reposada aunque sea madre de hijos por casar, responsabilidad a compartir con su deseo de hacer de Madrid la ciudad más importante del mundo, por encima incluso de Washington y, desde luego, Bagdad.

Si a Carmen Romero se le vigilaron hasta las concordancias y el número de novelistas que pasaron por La Moncloa, que se prepare doña Ana, porque su mismidad ya no le pertenece y será esclava de su imaginario, en el que figura todo lo que ha hecho y sobre todo lo que no ha hecho, incluso maldecires que le atribuyen ser legionaria, legionaria de Cristo, algo así como la fracción integrista del Opus Dei. Sospechoso el PP de llevar en sus entrañas parte de aquel nacionalcatolicismo que salvó a Europa de la tentación comunista-rousseauniana, los legionarios de Cristo son corriente aguerrida del catolicismo, herencia de aquellos tiempos trentinos cuando los de Escrivá de Balaguer y los de Ángel Herrera aseguraban que sus banderas les enseñaban a ser apóstoles y mártires y desfilaban con prestancia de centurias falangistas, en aquella España de músicas marciales unificadas entre Suspiros de España y Soy el novio de la muerte.

De ganar, está por ver si la nueva concejal dedicada a problemas sociales se decantaría por la justicia distributiva o por la caridad y la familia, tal como le reclaman los obispos, ya lanzados sobre la neófita como ángeles de rapiña. La concejalía sería para doña Ana banco de pruebas y tal vez rampa de lanzamiento hacia la sucesión de su marido, desde un concepto monárquico visigótico de las dinastías de jefes de Gobierno o de presidentes de la República. Comienza la carrera política de Ana Botella, recomienza la de Ruiz-Gallardón. ¿Puede ocurrir que algún día ambos se disputen la corona de hierro?

Archivado En