Crítica:PAUL WELLER | ROCK

El hachero

En los ochenta, Paul Weller era el Petronio de la música británica. Un líder, y no sólo en el sentido indumentario: bastaba que se fotografiara con una copia de 1984 para que se dispararan las ventas de George Orwell. Inevitablemente, su reputación se deterioró (demasiadas impostaciones negroides, ciertos aires mesiánicos) y llegó a sufrir la indignidad de estar sin contrato, tras grabar un disco que su compañía se negó a editar.

No sufran: en los noventa, Weller ha sabido recuperarse comercial y estéticamente. De hecho, su carrera es un paradigma del madurar con gracia y fibra m...

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En los ochenta, Paul Weller era el Petronio de la música británica. Un líder, y no sólo en el sentido indumentario: bastaba que se fotografiara con una copia de 1984 para que se dispararan las ventas de George Orwell. Inevitablemente, su reputación se deterioró (demasiadas impostaciones negroides, ciertos aires mesiánicos) y llegó a sufrir la indignidad de estar sin contrato, tras grabar un disco que su compañía se negó a editar.

No sufran: en los noventa, Weller ha sabido recuperarse comercial y estéticamente. De hecho, su carrera es un paradigma del madurar con gracia y fibra muscular. El chico que, al frente de The Jam, quería ser el nuevo Pete Townshend, descubrió que podía reencarnarse en Steve Winwood. De hecho, comprobó que también le encantaba transformarse en Neil Young. Las referencias son lo de menos: esencialmente, Weller prescinde de camisas de fuerza y hace lo que le viene natural, consciente de ser un eslabón en una rica tradición, la que equilibra abandono rock con artesanía pop.

Paul Weller

Paul Weller (voz, guitarras, órgano), Steve Craddock (guitarras, órgano), Damon Minchella (bajo), Steve White (batería), Shining Dome (teclados). La Riviera. Madrid, 19 de noviembre. 25 euros.

¡Y qué entusiasmo! Hubo un tiempo en que los guitarristas de rock llamaban "axe" (hacha) a su instrumento; Weller ejerce feliz de hachero, atravesando la música con feroz abandono y transmitiendo su fiebre a un grupo joven, con miembros de Ocean Colour Scene.

Ante un público multigeneracional, Weller imparte una lección de como fundir referencias en una expresión personal. Se emociona y emociona, tanto en los momentos salvajes como en los tramos acústicos. Cambiando de guitarra en cada canción, agarrando la pandereta en cuanto hay hueco, se embriaga sobre el escenario. Y la confianza de reservar las clásicas -That's entertainment, A town called Malice- para el final: magistral.

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