Reportaje:FÚTBOL | La semana del gran clásico

Mitad Boca, mitad Barça

Protagonista de los clásicos argentinos, Riquelme no tiene garantizado el puesto ante el Madrid

Juega el Barça. Todavía queda para el partido. La línea verde del metro va relativamente cargada. Hay tiempo para reparar tanto en los que se montan como en los que se bajan. Parada en Cataluña. Un niño asoma por la puerta. Lleva una zamarra azulgrana con el 6 a la espalda y estampado el nombre de Ronald de Boer, el hermano de Frank, desde hace un par de años jugador del Glasgow Rangers. El padre del adolescente interviene: "A eso se llama nostalgia de cuando éramos un equipo". Un poco después, en la estación de España, se suben dos jóvenes: uno se ha puesto la camiseta de Rivaldo con el 11, d...

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Juega el Barça. Todavía queda para el partido. La línea verde del metro va relativamente cargada. Hay tiempo para reparar tanto en los que se montan como en los que se bajan. Parada en Cataluña. Un niño asoma por la puerta. Lleva una zamarra azulgrana con el 6 a la espalda y estampado el nombre de Ronald de Boer, el hermano de Frank, desde hace un par de años jugador del Glasgow Rangers. El padre del adolescente interviene: "A eso se llama nostalgia de cuando éramos un equipo". Un poco después, en la estación de España, se suben dos jóvenes: uno se ha puesto la camiseta de Rivaldo con el 11, de cuando Van Gaal hacía jugar al brasileño en la banda -"y teníamos juego y gol"- y la del otro es anónima, porque hoy no sabe qué nombre ponerse. Final de trayecto: Les Corts. Empieza el encuentro. De pronto, en plena refriega, un aficionado le tira una zamarra a Riquelme cuando va a botar un córner y el futbolista la besa y se la devuelve. No es la casaca azulgrana del Barça sino la azul y oro del Boca. Falto de referentes como está el Camp Nou, en la figura de Juan Román Riquelme (Buenos Aires, 1978) pesa aún más la mitad de Boca que la mitad del Barça.

"Prefiero que juegue, porque siempre te hace quedar bien a costa de que él pueda quedar mal"
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Los dos clubes comparten su propiedad hasta final de mes, cuando el Barcelona debe completar su opción de compra, y el recuerdo de Riquelme como futbolista xeneize tira más que su presencia como barcelonista, para desdicha de la hinchada argentina, incapaz de comprender cómo un jugador "comprado por lo que es, no se le pone porque se quiere que sea otra cosa", como cuenta César Luis Menotti. "Louis van Gaal es un fundamentalista de la táctica", corrobora la voz atronadora de Coco Basile en una tertulia en Buenos Aires. Hasta Ronaldo, un brasileño, ha protagonizado una portada en Mundo Deportivo diciendo: "Soy fan de Riquelme", declaración que el madridista adorna poniéndose las manos detrás de las orejas, imitando al argentino, que cada vez que marca un gol pone cara de Topo Giggio.

Protagonista indiscutible de los grandes clásicos argentinos, sin ser internacional fijo, y héroe de la familia barcelonista desde que desequilibró la final de la Intercontinental-2000 contra el Madrid, Riquelme es un actor de reparto en el Barça, un jugador al que los críticos auguran un futuro parecido al de su compañero Saviola o al de Aimar, que penó largo tiempo antes de tomar el mando en la ofensiva del Valencia, como si los argentinos tuvieran que purgar en el fútbol español con la misma medicina que los españoles en el calcio.

Tal que fuera un director general y no el entrenador, Van Gaal aceptó su fichaje porque la relación calidad-precio le interesaba, de modo que le trata como una inversión a largo plazo. Nada más llegar le hizo competir con Luis Enrique, que es como pedirle que se rinda, pues el capitán es tan incombustible en la cancha como la gasolina sentimental que representa en la grada. Ahora que el asturiano está lesionado, Riquelme rivaliza por una plaza con Mendieta, con Motta y hasta puede que con Saviola.

Tiene razón Van Gaal cuando dice que Riquelme condiciona el juego del equipo, circunstancia que en el Barcelona es como decir que no tiene sitio en la alineación. Juega al pie, de espaldas, no tiene dinámica, permite al rival fijar las marcas, se ausenta de las tareas defensivas y marca pocos goles. Resulta difícil de encajar y ya se ha dicho que obliga al equipo a blindarle. Ocurre, sin embargo, que el Barcelona ha perdido ya cuantas señas de identidad expulsarían a Riquelme del once por ser un cuerpo extraño. Ya no hay juego por las bandas y el experimento de las dos medias puntas (Saviola y Luis Enrique) está entredicho, motivos de sobra según los rupturistas para entregarse a Riquelme.

"Yo prefiero que juegue", relata un jugador titular. "Riquelme siempre te hace quedar bien aún sabiendo que él puede quedar mal. Es un alivio tenerle en el campo. Nunca se esconde. Ni hace ver que no está. Ofrece línea de pase, te pide la pelota y no te la devuelve como hacen otros para escurrir el bulto. No tiene miedo al balón, al punto de penalti, al partido, al entrenador, al estadio, y eso se agradece". Nadie como Riquelme libera al equipo del estrés azulgrana, aunque no pueda garantizar la victoria."Tiene un aire a Zidane", sentenció en su día Guardiola.

Riquelme evoca la figura de Zidane, de Valerón, de Aimar, del 10, del enganche que el Barça no tiene desde Laudrup. Le falta la elegancia del danés, y hasta puede que su aspecto frágil y melancólico -alejado de alguna de las juergas que se le suponen-, esa mueca de disgusto, tal que estuviera permanentemente sentado en la taza de un water, le hace perder encanto. Pero, por encima de todo, tiene don de futbolista, talento, capacidad para jugar por cuenta propia y ajena. En cuantos partidos ha jugado, ha dejado rastro de gran futbolista: dirigiendo, metiendo el último pase, poniendo el mejor golpe franco o rematando. A la espera del Madrid y mientras se recupera de una lesión, Riquelme aparece como el único jugador especial de un club especial.

Riquelme se ata una bota durante un entrenamiento.ENRIC FONTCUBERTA

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