Crónica:A pie de obra | TEATRO

Cómo matar a tu mejor amigo

Uno. Llegan pocas obras francesas. En los últimos años, y con cuentagotas, la tendencia predominante en nuestros escenarios parece ser lo que podría llamarse 'Nuevo Boulevard': los hijos (e hijas) de Anouilh, de Marcel Achard, de Sacha Guitry y, como no, de Claude Magnier, con superiores dosis -signo de los tiempos- de cinismo, sofisticación y acidez. En la 'línea Magnier' destaca, como cabeza de fila, Francis Veber con La cena de los idiotas. En la 'línea Anouilh', indiscutiblemente, Yasmina Reza con Arte (por cierto, ¿para cuándo los estrenos de ...

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Uno. Llegan pocas obras francesas. En los últimos años, y con cuentagotas, la tendencia predominante en nuestros escenarios parece ser lo que podría llamarse 'Nuevo Boulevard': los hijos (e hijas) de Anouilh, de Marcel Achard, de Sacha Guitry y, como no, de Claude Magnier, con superiores dosis -signo de los tiempos- de cinismo, sofisticación y acidez. En la 'línea Magnier' destaca, como cabeza de fila, Francis Veber con La cena de los idiotas. En la 'línea Anouilh', indiscutiblemente, Yasmina Reza con Arte (por cierto, ¿para cuándo los estrenos de L'homme du hasard, de Conversations après un enterrement, de Trois versions de la vie?). En la 'línea Guitry' reina Eric-Emmanuel Schmitt, del que se vio Le visiteur en el Poliorama barcelonés y cuyo Le libertin se verá la próxima primavera en la Abadía. Entre Reza y Veber, entre Achard y Anouilh, el Anouilh de las piéces noires, cabe situar al recién llegado Fabrice-Roger Lacan, un guionista de cine y televisión que el año pasado estrenó su primera obra, Cravate Club, en el Gâité-Montparnasse, donde se convertiría en uno de los grandes éxitos de la temporada, con Charles Berling y Edouard Baer. La comedia, que acaba de inaugurar la reentrée barcelonesa en el Romea, con traducción catalana y dirección de Pep Antón Gómez, pronto viajará a Madrid.

El club de la corbata es la crónica de una obsesión fatal, que comienza en clave de comedia ligera y acaba a un paso de la tragedia. Su tema: ¿pueden dos amigos inseparables acabar enfrentados a muerte por lo que parece ser una menudencia? ¿Qué hace falta para que dos hombres aparentemente equilibrados muestren sus verdaderas naturalezas, sus rencores acumulados, sus carencias más profundas? Nathalie Sarraute ya nos enseñó que la relación más sólida puede venirse abajo 'por un sí o por un no'. Y Yasmina Reza, desde luego. Si en Arte el detonante para romper una amistad era un carísimo lienzo en blanco, aquí resulta ser un club anodino que, a ojos de Jaume, su protagonista, se convierte poco menos que en una sociedad secreta, un paraíso inalcanzable: justo lo que no puede poseer.

El club de la corbata no alcanza el centelleante nivel de sus dos obvios referentes, pero rebosa vivacidad y malignas dotes de observación sobre las relaciones humanas y sus más oscuros aspectos. La trama: el día en que cumple 40 años, Jaume (arquitecto de éxito, familia feliz, gran negocio en puertas) descubre que Miquel, su amigo y socio (divorciado, solitario, eterno confidente del matrimonio), no va a asistir a su fiesta porque debe acudir a una reunión de ese misterioso club del que nunca le ha hablado.

Dos. Durante el primer acto, Fabrice-Roger Lacan juega con dos preguntas como motores dramáticos. La primera está dirigida al público (¿en qué demonios consiste El Club de la Corbata?) y la segunda está perversamente insuflada en el protagonista (¿por qué yo no formo parte de ese club?). Su habilidad como dramaturgo radica en desviar y retrasar, con astutos giros de diálogo, la respuesta a la primera, y en mostrar cómo la segunda se convierte para Jaume en su pañuelo de Desdémona. Acaba el primer acto con un rotundo 'no' de Miquel ('no, no puedes pertenecer al club') que pondrá en marcha la espiral paranoica. El segundo acto, tres meses después del 'no', es, digamos, el Aria de la Locura de Jaume, que ha logrado entrar en el club a costa, por supuesto, de perderlo todo, razón incluida.

Pep Antón Muñoz, que hará un par de temporadas logró con Excuses, de Joel Joan y Jordi Sánchez, el mayor éxito de la nueva etapa del Romea, vuelve a revelar aquí su mano infalible para la comedia negra, con un cuidado casi científico por el detalle (el matiz inesperado, la pausa cargada de amenaza, el gesto revelador) y un oído metronómico para los ritmos, los crescendos de tensión neurótica, los estallidos irremediables: sólo cojea un poco, a mi juicio, al resolver en off, innecesariamente, el violento clímax final. El club de la corbata está concebida como un mano a mano, un duelo de actores. Los esgrimistas son Francesc Albiol y Jordi Boixaderas, una elección insuperable: dos primeras espadas capaces de batirse en cualquier frente y salir siempre victoriosos. Boixaderas es un todoterreno con motor de inyección, capaz de pasar de Yago al musical (A Little Night Music), reciente su espléndido trabajo en Moll Oest, de Koltés/Belbel, mientras que Albiol es un joven rey de la comedia con recursos de gato viejo: la trilogía de El microfonista, Dakota, de Jordi Galcerán; Vidas privadas, de Coward/Paco Mir. Hace treinta años, y en un universo paralelo, esta comedia la hubieran interpretado Louis de Funes y Jean Lefèvre. Algo hay de Louis de Funes en el trabajo de Albiol, Funes cruzado con James Woods: su Jaume es un clown colérico, sanguíneo y temible; un psicópata agotador en su torrente verbal, atrapado en su propia red de suspicacias e incapaz de controlar su furia. A Boixaderas le corresponde el aparente rol del raissoneur, el augusto presuntamente sensato y bondadoso, pero secretamente harto de ser siempre el leal segundo de a bordo, y el actor, con gran sabiduría, deja que aflore poco a poco el pequeño sadismo del personaje: un 'pasivo-agresivo' que ha descubierto el punto flaco de su oponente, y en cuya inflexibilidad late esa voluntad de ruptura y diferencia que abrirá las compuertas de la exasperación y la catástrofe.

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