Columna

Capitán

Ese libro estuvo en todos los bolsillos; fue secreto, un regalo primerizo a los amores de la adolescencia, una declaración de amor y también un adiós, 'pero contigo'. Pablo Neruda escribió muchos versos, algunos muy tristes, en esta playa llena de matorrales humildes que es Isla Negra. Pero aquellos que él hizo publicar hace cincuenta años -Los versos del Capitán- son los que en este momento entran en el mar, vencen la resistencia de las olas y ya se confunden con la arena del fondo, en esta orilla ahora blanquecina del mar de Chile. El libro es de este muchacho que al llegar a la playa...

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Ese libro estuvo en todos los bolsillos; fue secreto, un regalo primerizo a los amores de la adolescencia, una declaración de amor y también un adiós, 'pero contigo'. Pablo Neruda escribió muchos versos, algunos muy tristes, en esta playa llena de matorrales humildes que es Isla Negra. Pero aquellos que él hizo publicar hace cincuenta años -Los versos del Capitán- son los que en este momento entran en el mar, vencen la resistencia de las olas y ya se confunden con la arena del fondo, en esta orilla ahora blanquecina del mar de Chile. El libro es de este muchacho que al llegar a la playa ha buscado el mejor sitio para arrojar el ejemplar pardo que lleva en las manos, lo ha llenado de arena, y aun intonso -lo quiere puro, acaso lo lleva en la memoria- lo mete finalmente en el mar, para que viaje. Desde las rocas del fondo alguien observa sus movimientos, parece que deletrea mientras arroja arena sobre el volumen, se asegura de que el mar bravo esté ya suficientemente hondo, y lanza sobre las olas diminutas que le rodean este libro que acaso fue su propia declaración de amor, su personal aventura. Cuando ya lo deja sobre la superficie y espera que las olas se lo lleven o lo hundan con su mano poderosa y despiadada, un golpe de aire lo eleva levemente sobre el mar y parece que ese libro que ya es arena y agua quiere regresar volando, y vuela. El chico se vuelve sobre sí mismo, regresa de la orilla y se adentra entonces en el agua para recuperar este libro volátil del que quiso desprenderse. Lo rescata con sus manos huesudas de insomne enamorado, y se lo lleva otra vez con él, como si estuviera rescatando su propia voz, el silencio en el que se quiso hundir. Una vez dijo Neruda que en esta misma playa, bajo cuyo sol opaco el libro está ahora oreándose, recibió en su madurez la tabla que le sirvió de mesa para siempre. Pero ahora, cuando el chico vigila que la arena no oculte el libro salvado del mar, ahí no hay tabla ni nadie, hay una soledad total en Isla Negra. En días como este, hace casi treinta años, al poeta lo dejaron sin voz, lo mataron, hicieron todo para que muriera, y ahora esta memoria tiene sobre sí una rabia sumamente melancólica. Nadie, sin embargo, fue capaz de quitarle la voz a estos versos, Los versos del Capitán, que él publicó hace cincuenta años y que siempre sobreviven, sobre la rabia de las despedidas. Adiós, pero contigo.

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