VISTO / OÍDO

Idea y patria

'Es que yo soy vasco': 'Pues deja de serlo', le contesté, final de una conversación fastidiosa: el intelectual sanguíneo no podía pensar como yo porque él 'era vasco'. Nadie es vasco, ni gallego, ni taiwanés ni congoleño (ahora se dice congolés, cuidado). Menos para matarse unos a otros (sobre todo, en este caso, otros a unos). Ser español es algo anticuado. Las chicas de las medallas son extranjeras: pero han querido ser españolas y a los españoles les conviene. Son actos de voluntad, y de dinero. La gente nace con unos estigmas que la califican sin remedio inmediato: si se los trasplanta a t...

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'Es que yo soy vasco': 'Pues deja de serlo', le contesté, final de una conversación fastidiosa: el intelectual sanguíneo no podía pensar como yo porque él 'era vasco'. Nadie es vasco, ni gallego, ni taiwanés ni congoleño (ahora se dice congolés, cuidado). Menos para matarse unos a otros (sobre todo, en este caso, otros a unos). Ser español es algo anticuado. Las chicas de las medallas son extranjeras: pero han querido ser españolas y a los españoles les conviene. Son actos de voluntad, y de dinero. La gente nace con unos estigmas que la califican sin remedio inmediato: si se los trasplanta a tiempo, aparte de los rasgos físicos, adquieren la otra nacionalidad.

'Se es del país donde se es libre', decía ayer -en la SER- Mario Onaindía. Bonita frase, que todos suscribiríamos. En condicional: si hubiera un país libre. Cuando viajé no tenía interés en ser español -más bien en no serlo-, pero descubrí que no hay país con libertad. Descubrí que no existe la libertad más que como una aspiración, y sólo en grados: un poco más, un poco menos. En el País Vasco hay menos libertad general que en las demás regiones. No ya por la muerte en la esquina: por la vida más deprimida que en otros sitios. Aparte de incursiones vascas en Santa Pola, o en Zaragoza, en Sevilla. Hay vascos que exportan el terror. Hay gentes con guardaespaldas en todo el país: políticos grandes y pequeños, periodistas, escritores, conferenciantes. No lo acepté, en tiempos de la transición, cuando había pintadas en mi portal, cartas, llamadas telefónicas a la madrugada. 'Le pongo a usted un funcionario', me dijo un director de seguridad, y renuncié: no por valor, que ni siquiera se me supone, sino por miedo al funcionario. Eran tiempos en los que los fascistas hacían presa: hubo unos cien rojos asesinados en la transición. Hasta que los asesinos se dieron cuenta de que habían ganado otra vez. Aún hay pintadas recientes que piden muerte para los rojos. Y para los inmigrantes: extranjeros todos.

Mi interlocutor de ese día podía haberme dicho: 'Pues deja de ser rojo'. No es lo mismo: es una actitud pensante, recibida y engrandecida, estudiada, comprobada: una libertad íntima, y no un azar de nacimiento y una confusión de las ideas con el pilpil. Las ideas están por encima de las nacionalidades, las patrias y los estados. Eso se deja para el fútbol, las danzas en la plaza mayor o la batalla contra los sarracenos. Millones de personas no quieren ser marroquíes ni subsaharianos, y sólo a la fuerza de Aznar vuelven a serlo.

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