Reportaje:

Amores libres

Quedan en libertad la única inmigrante encerrada y su novio argelino

Adriana Covaci se despertó el domingo en una casa de acogida para mujeres inmigrantes, en Sevilla, después de pasar dos noches en unos calabozos con el miedo metido en los huesos. Temía que la repatriasen a Rumania y, sobre todo, le horrorizaba pensar que no volvería a ver a su novio, el argelino Aimeur, si a él lo expulsaban. Adriana y Aimeur se conocieron este año en Moguer (Huelva), donde ambos buscaban jornales en la fresa. Desde entonces han compartido la miseria de una chabola en la comarca fresera, la incertidumbre del encierro en la Universidad Pablo de Olavide y, por último, la masiva...

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Adriana Covaci se despertó el domingo en una casa de acogida para mujeres inmigrantes, en Sevilla, después de pasar dos noches en unos calabozos con el miedo metido en los huesos. Temía que la repatriasen a Rumania y, sobre todo, le horrorizaba pensar que no volvería a ver a su novio, el argelino Aimeur, si a él lo expulsaban. Adriana y Aimeur se conocieron este año en Moguer (Huelva), donde ambos buscaban jornales en la fresa. Desde entonces han compartido la miseria de una chabola en la comarca fresera, la incertidumbre del encierro en la Universidad Pablo de Olavide y, por último, la masiva detención policial tras el desalojo del campus.

Ayer, contra todo pronóstico, se reencontraron. La policía dejó en libertad a Aimeur y a su amigo Lakhaar a lo largo de la madrugada del domingo con un aviso del inicio del procedimiento de expulsión, pero sin que el juez decretase su internamiento en un centro, como ha ocurrido con la mayoría los 275 desalojados del recinto universitario. Desde la detención, la inmigrante rumana no volvió a ver a su novio, aunque durante el primer día podían hablarse de un calabozo a otro.

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Cuando trasladaron a Covaci a una celda más cómoda, pero más alejada, Aimeur cayó en picado. Necesitó asistencia médica varias veces para sus crisis nerviosas y, el sábado, tuvo que ser trasladado a un hospital. Preguntaba por Adriana a todas horas. La primera llamada que hizo el domingo, de madrugada, tras pisar la calle de nuevo, fue para averiguar el paradero de su novia.

A Adriana la habían trasladado un par de horas antes hasta un centro de acogida donde pasó la noche. Ayer, después de reencontrarse con su novio y sus compañeros del encierro, recogió sus escasas pertenencias en una bolsa de plástico y se despidió. 'Aquí me han tratado muy bien, pero quiero estar con Aimeur', relataba.

Todavía no tienen claro dónde irán. Quizás a Zaragoza, con la esperanza de que les dé trabajo algún empresario agrícola, aunque todos recurrirán los procedimientos administrativos que están en marcha para expulsarles. El caso de Adriana es un pelín diferente. La policía ha aprovechado la detención para notificarle que la Subdelegación del Gobierno de Huelva le denegó el permiso temporal de residencia por razones de arraigo que había solicitado en 2001. Los constantes desplazamientos de Adriana, de campaña en campaña, habían imposibilitado la notificación de la Administración, un requisito obligado antes de iniciar el procedimiento de expulsión.

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No obstante, después de lo que han compartido, ni ella ni Aimeur piensan abandonar España porque saben que regresar a sus respectivos países les obligará a separarse para siempre.

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