Crónica:A PIE DE PÁGINA

Antes de la Paciencia

Serían cebollas. La madrugada del viernes, eran las siete y mientras recibía el correo miraba por la ventana la entrada lateral de un supermercado de mi calle. Salían dos orientales sosteniendo algo que debía ser una gran bolsa de vegetales. La malla de poliestireno de lo que sería la bolsa envolvía un magma color rosado que supuse serían cebollas. Los orientales, dos chinos de Taiwan, depositaron su carga en la vereda y regresaron al local, volviéndose cada dos o tres pasos para mirar la bolsa, como buenos comerciantes temerosos de que les roben su mercadería. Poco después volvieron a aparece...

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Serían cebollas. La madrugada del viernes, eran las siete y mientras recibía el correo miraba por la ventana la entrada lateral de un supermercado de mi calle. Salían dos orientales sosteniendo algo que debía ser una gran bolsa de vegetales. La malla de poliestireno de lo que sería la bolsa envolvía un magma color rosado que supuse serían cebollas. Los orientales, dos chinos de Taiwan, depositaron su carga en la vereda y regresaron al local, volviéndose cada dos o tres pasos para mirar la bolsa, como buenos comerciantes temerosos de que les roben su mercadería. Poco después volvieron a aparecer cargando otra bolsa de un color más oscuro. Supuse que esta vez serían papas -patatas en español- y, completado el correo, me concentré sobre la misma pantalla, ahora abierta a las novedades de la prensa del día. Claro: tanto han proliferado estos comercios manejados por orientales que en nuestros barrios se atribuye su propiedad a la mafia china. La mafia es la primera explicación que un argentino tiende a darse ante el espectáculo de disciplina en el trabajo, eficiencia y rápida prosperidad que exhibe esta nueva cepa migratoria de comerciantes. Durante el desayuno había olvidado patatas y cebollas, pero se me representaba una y otra vez la imagen de los dos chinos saliendo uno tras otro, cargando entre ambos aquellas bolsas como cuerpos vencidos por el sueño o descoyuntados por la muerte. ¿Serían cadáveres? Por un instante tuve el impulso de volver a la ventana y confirmar si aquellos cuerpos seguían yaciendo ahí y si se habría apostado en el lugar algún vehículo policial, o el personal de vigilancia que suelen dejar consignado en el lugar de la tragedia. Pero decidí suspender la curiosidad, dominarla y prolongarla hasta la mañana siguiente: si esos bultos fuesen dos cuerpos muertos algún medio daría cuenta del hecho en sus anticipos de noticias por Internet.

Jamás escribiré el relato del pintor que aguarda durante años el instante de la irrupción de la tersura de un brazo que pacientemente persigue

Por esos días programaba un relato acerca de la paciencia. Me había impuesto componerlo pacientemente, reescribiéndolo cada vez con la finalidad de hacerlo más leve y breve y eliminando cualquier palabra o alusión a episodios que trasuntasen impaciencia. Debía ser un trabajo microscópico sobre la espera y sobre la paciencia del lector.

Los relatos que vale la pena em

prender cargan algo desconocido: bolsas de incertidumbre que terminan abandonadas por ahí sin que jamás se llegue a determinar su contenido. La imagen de unos personajes que miran por encima del hombro como controlando o corroborando un orden de cosas que no se entiende puede paralizar al autor durante horas o días, jugando con su paciencia como esas adolescentes que te rozan con el antebrazo desatando una trama de duda, deseo y temor de haberlas malinterpretado.

Esa trama bien podría ser la del relato de ganas, miedo e incertidumbre que siempre estaría detrás de la remanida historia del violador. No del violador serial, ese psicópata burdo y repetitivo que merece el peor de los castigos sus crímenes de vulgaridad y mal gusto. Sería la historia del violador afortunado que apostó y obtuvo el fruto de la felicidad de la muchacha, y que, armado de paciencia, pasa el resto de su vida resistiendo el impulso de confirmar si aquel roce del codo o del canto de la mano habría sido lamentablemente intencional.

Imagino una organización mafiosa de chinos que mata y desmembra los cuerpos de sus víctimas intencionalmente, sin el menor ingrediente de pasión. ¿Existirá? En tal caso, el móvil de sus crímenes sólo será económico o político: siempre responderá a cuestiones vinculadas a la lealtad o a la fidelidad a la palabra empeñada, que son las condiciones indispensables de todo proyecto colectivo de acumulación de capital.

En idioma chino -en el chino que se habla en Beijin-, una misma palabra designa al caníbal, al violador, al poblador de cierta región pantanosa del norte y al jugador de naipes que interrumpe una partida sin justificación.

En mi ciudad nadie emprende el estudio de los dialectos chinos, y, desde la primera generación, los hijos de inmigrantes chinos, que pueden leer caracteres chinos y hablar ese idioma con fluidez, no se interesan por la escritura ni prestan atención a la gramática, la sintaxis y la enigmática etimología del chino.

Hace poco más de quince años

hubo un pico de inmigración oriental, por eso han empezado a aparecer chinitas adolescentes de nacionalidad argentina que se destacan por su desempeño en la escuela y en la práctica de gimnasia y deportes. Chinitas elásticas: parece que en la lengua china oficial no hay un término preciso para referir el concepto de elasticidad. Pese a ello, uno ve caminar a estas muchachas por el barrio chino y no encuentra palabras en español para expresar lo que sus movimientos inspiran. Es como si marcharan flotando y a su paso rozasen todo con la piel de sus brazos tan tersos iluminándolo y magnetizándolo con un perfume de jazmín. Es un efecto que los pintores deben conocer bien y que también algún escritor ha de haber experimentado: atender pacientemente a todo lo que sucede y aguardar y aguardar porque, a veces, hasta lo más deseado puede llegar a producirse.

Elisa, Laura, Mónica... ¿Qué son? Parecerá increíble, pero son nombres chinos. En Buenos Aires, los inmigrantes de Korea conservan sus nombres y dan nombres coreanos a sus hijos nacidos en Argentina. En cambio, en las recientes olas de inmigración china, los recién venidos cambian sus nombres monosilábicos por nombres occidentales, en su mayoría hispánicos, y eligen nombres del santoral cristiano y de estrellas de cine y de televisión para identificar a los hijos que empiezan a nacerles aquí.

Por ejemplo, la chinita del relato se llama Elisabeth, pero es probable que sea uno de los textos que nunca escribiré. En cambio estoy seguro de que jamás escribiré el relato del pintor que aguarda durante años o décadas el instante de la irrupción de la tersura de un brazo que tan pacientemente persigue: ignoro las artes plásticas y no tengo criterios para representarme la paciencia de un escultor, o de un pintor.