Reportaje:FÓRMULA 1 | Quinto título mundial de Michael Schumacher

'Il cavallino' relincha

La victoria de Schummi y el ruido de campanas revitalizaron Maranello

Apoyado en dos muletas, por la puerta del auditorio Enzo Ferrari, tan frío por fuera como caliente por dentro, asoma la figura de un venerable anciano. Metello se llama, y de Florencia ha llegado, como cada vez que hay un gran premio desde hace tantos años que perdió la cuenta. 'He visto decenas de carreras', advierte sin precisar el número. 'Nunca fallo, y menos lo iba a hacer hoy'.

Hoy es el gran día de Metello, el mejor representante que pueden tener los tifosi; el día también del mejor de los pilotos, Michael Schumacher, que acaba de igualar la gesta de Fangio (cinco títulos)...

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Apoyado en dos muletas, por la puerta del auditorio Enzo Ferrari, tan frío por fuera como caliente por dentro, asoma la figura de un venerable anciano. Metello se llama, y de Florencia ha llegado, como cada vez que hay un gran premio desde hace tantos años que perdió la cuenta. 'He visto decenas de carreras', advierte sin precisar el número. 'Nunca fallo, y menos lo iba a hacer hoy'.

Hoy es el gran día de Metello, el mejor representante que pueden tener los tifosi; el día también del mejor de los pilotos, Michael Schumacher, que acaba de igualar la gesta de Fangio (cinco títulos); el día, cómo no, del mejor coche, Ferrari, el dueño del circo; y, claro está, el día de Maranello, la ciudad síntesis del automovilismo.

Metello es el último en salir de un auditorio que se ha quedado mudo después de un grito desgarrador al unísono de unos 400 aficionados por lo menos: 'Schummi...'. Como por arte de magia, con una maniobra impensable, el piloto alemán y su bólido rojo aparecían de pronto con la pista franca, a cinco vueltas de la línea de meta, con la F-1 rindiéndole pleitesía, sin rival a la vista. Schumacher corría por fin por delante de Raikkonen, alejado de Montoya, en una imagen tan limpia que parecía imposible de tan confusa como había resultado la carrera para Ferrari.

Ni siquiera desde la pantalla gigante del auditorio se había presagiado un golpe de teatro tan perfecto. A la RAI parecía haberle pillado tan de sorpresa como a los aficionados, no por desconfianza hacia Schumacher y Ferrari sino por circunstancias de la carrera, que ya se sabe que son muy caprichosas. 'Ha sido el aliento de Michael el que ha sacado de la pista a Raikkonen', proclamaba un alemán después de ver el error del finlandés en la pantalla. 'No hay mejor coche que Ferrari', le corregía un italiano, miembro del Club Caprino Bergamesco. 'Pellízcame, muchacho', le pedía una seguidora a un joven desplazado desde Barcelona. No es que los ferraristas del auditorio renegaran de los suyos y hubieran dado la carrera por acabada antes de tiempo. Jamás. En la sala, sin embargo, se masticaba una cierta conformidad.

Nada más empezar, Barrichello se había quedado clavado, dejando a un Ferrari solo en la jungla. 'Ahora sabrá por qué no nos van los corredores calientes como el brasileño', aseveraba un entendido frente a la jerga que silbaba a Montoya. Después pareció que Schumacher sería incapaz de combatir en tantos frentes como se le abrían, emparedado como quedó entre los Williams y los McLaren, o los McLaren y los Williams. Luego, cuando el camino parecía allanado por el buen trabajo de los talleres, el mejor piloto del mundo va y comete un error 'de principiante', al decir de un aficionado. Y al final Raikkonen parecía tan inalcanzable como Coulthard cercano en su acoso. Así que cuando Schummi se quedó solo, el auditorio y Maranello entero despertaron, tal que hubieran vivido una pesadilla y, de pronto, la realidad les presentara una radiante mañana estival.

Por la misma regla de tres que a Schumacher se le había puesto la carrera más difícil, en un visto y no visto, como la más fácil, Maranello pasó del silencio más sobrecogedor al ruido más trepidante. La fábrica cerrada, la calle Dino Ferrari desierta, el monumento a Gilles Villeneuve sin un visitante, la pista de Fiorano, inaccesible. Maranello parecía una ciudad muerta a primera hora. Pero cuando Schumacher comenzó a zigzaguear con su Ferrari para celebrar el título en Magny Cours, una marea humana tiñó de rojo y amarillo la ciudad italiana.

Una vez salido del auditorio es obligado seguir el tañido de las campanas, que no paran, como pidiendo al párroco no sólo que repique sino que abra la puerta de la iglesia. Una charanga se abre paso por la vía Abetone en dirección al monumento a Enzo Ferrari. A los turistas es fácil identificarles: se han comprado cualquier cosa para aparentar que son ferraristas de toda la vida. A los tifosi, en cambio, basta con mirarles a la cara. Como a Metello, que llora como un niño de contento como está. Y en medio de banderas, gorras, camisetas, de alemanes casados deportivamente con italianos, de turistas y tifosi llegados de todos los puntos, se pasean los elegidos, cuantos tienen un Ferrari. En coche, moto, bici o a pie, Maranello está tomado por familias enteras de ferraristas, que se pasean ante la complicidad de los carabinieri. El claxon se impone por todos los rincones.

Y, mientras, Metello reflexiona: 'Habrá quien diga que hemos tenido suerte pero pocos recuerdan que hasta la llegada de Schumacher estuvimos 21 años esperando. De manera que hubiese sido estúpido pensar que hoy podíamos ganar. Ferrari es el corazón y Schumacher la cabeza. Técnica, perseverancia, sentido de la carrera, afición y mística. Lo tenemos todo'. Maranello rebosa euforia y confianza, signos del ganador. Il cavallino relincha como nunca.

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