Columna

Aliciente

Una vez más, he sido obligada por los eventos a escindir mi corazón en varios jirones, a cual más afligido. De un lado, seguía con pasión tetuda el desarrollo del debate sobre el Estado de la Cuestión, o viceversa. Del otro, buitreaba con interés miope por Internet, en busca de datos acerca de la repentina isla de Perejil. Por una parte, me fascinaba la falta de empuje que nuestro presidente mostró en el hemiciclo (hubo un momento en que procedí a prepararme un Red Bull con whisky, que es un combinado ideal para brindar energéticamente). Por otra, temía que el monarca en andas de por allá abaj...

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Una vez más, he sido obligada por los eventos a escindir mi corazón en varios jirones, a cual más afligido. De un lado, seguía con pasión tetuda el desarrollo del debate sobre el Estado de la Cuestión, o viceversa. Del otro, buitreaba con interés miope por Internet, en busca de datos acerca de la repentina isla de Perejil. Por una parte, me fascinaba la falta de empuje que nuestro presidente mostró en el hemiciclo (hubo un momento en que procedí a prepararme un Red Bull con whisky, que es un combinado ideal para brindar energéticamente). Por otra, temía que el monarca en andas de por allá abajo estuviera más pasado de rosca de lo que aconsejan los fastos de un bodorrio y después de la hazaña del peñasco saliera por más peteneras.

Más desgarramientos internos. Ardía en deseos, por ejemplo, de saber cómo manejan su trasero los recién llegados al banco azul y cómo están de modales. Y, por instancia, no cesaba de preguntarme si nos íbamos a embarcar en bélica acción para detenerle la babucha al infiel. Por allá, descubría el insólito parecido que el yerno Agag acreditaba, desde su tribuna, con la Nana Mouskuri del Festival de la Canción Mediterránea. Por acullá, me atormentaba el pensamiento nefasto y anticonstitucional de que, tal vez, la isla de las narices no sea tan nuestra como creemos.

No está una, a fines de temporada, para semejante estrés.

Pero a la hora de escribir esta columna, y sin poner la mano en el fuego por lo que pueda pasar, les aseguro que, en el asunto de mi interés desgajado, triunfó decididamente lo que podríamos llamar el Factor Humano. Es decir, olvidé los tambores de guerra, conmovida como estaba por el tono distraído, desfondado y somnoliento del presidente Aznar. Por fin, y ahora sí, un Hombre en su dimensión Cañas y Barro. Y lo que es más: un hombre que, pocas horas después, tuvo que soportar que ministros y gente de su propio partido reconocieran, cual Pedro en el huerto de las farolas, que el Líder se hallaba cansado. Toma, guepardo.

Comprenderán que, ante semejante aliciente, incluso el regreso de de la Legión a sus orígenes para defendernos del moro, después de haber defendido al musulmán en Bosnia, paréceme una menudencia.

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