Crónica:A PIE DE PÁGINA

Tango del emigrante

Cuándo llegará el momento de volver a casa, de volver a ti? ¿Estará la casa todavía? ¿Seguirás estando tú? ¿La casa a la salida del pueblo

cerca de la salida del pueblo

después de los trenes? ¿Estará todavía el negro de cerámica, con bombín, tocando el saxofón encima de la cómoda, con la fotografía de tu padre de un lado y la fotografía de tu madre del otro, los dos serios, enfurruñados, felizmente sujetos al marco, mirándome como se mira a un extraño? ¿El payasito hecho con pinzas de la ropa adornando el televisor? ¿La colcha con volantes, la muñeca en el centro de la almohada, ...

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Cuándo llegará el momento de volver a casa, de volver a ti? ¿Estará la casa todavía? ¿Seguirás estando tú? ¿La casa a la salida del pueblo

cerca de la salida del pueblo

después de los trenes? ¿Estará todavía el negro de cerámica, con bombín, tocando el saxofón encima de la cómoda, con la fotografía de tu padre de un lado y la fotografía de tu madre del otro, los dos serios, enfurruñados, felizmente sujetos al marco, mirándome como se mira a un extraño? ¿El payasito hecho con pinzas de la ropa adornando el televisor? ¿La colcha con volantes, la muñeca en el centro de la almohada, con los brazos abiertos, detestándome? ¿El grifo que no cerraba bien? Durante el día no nos molestaba, era al acostarnos cuando aquellas gotas, monótonas, firmes, inmensas, atravesaban la oscuridad para estrellarse en el fregadero con una dignidad lenta: ¿estarán todavía las gotas? ¿El estruendo de las gotas? ¿El florero con begonias de tul? No dije que me marchaba para siempre, dije

No escribo mucho para ahorrar en los sellos y las palabras, tan raras, sin decir lo que quería decirte, lo que mereces oír

-Cinco o seis meses en Alemania y vuelvo

y tu cara igual a la de la muñeca, con sus mofletes, sus pestañas nítidas, cada una separada de las otras, sus dientecitos a la vista

dos dientecitos

y, pregunto yo ahora, ¿tú, tal como ella, detestándome también? Cinco o seis meses en Alemania trabajando en una fábrica y después podíamos agrandar la casa, comprar muebles nuevos, ampliar el tendedero, sustituir el armario de tus padres, tan pesado, tan viejo, por un chinero de bambú y cristal ahumado cuyas portezuelas se cerraban y tus padres allí dentro, empujados hacia el fondo, casi invisibles, sin mirarme por fin, es decir, sin poder mirarme porque gracias a Dios había un juego de vasos entre nosotros, rojos, de pie dorado, protectores, simpáticos. En cinco o seis meses

o nueve, u once

tú más corpulenta, más guapa, un peinado diferente, un toque de pintura en la boca, unos pendientes que me gusten, un automóvil nuevo en lugar de este trasto, un anillito

te lo mereces

con una piedra que no sea falsa. No escribo mucho para ahorrar en los sellos y las palabras

tan raras

sin decir lo que quería decirte, lo que mereces oír. En octubre te telefoneé y me pareciste extraña, diferente, una frase aquí, otra allá como si hubiese alguien contigo, un

-Ahora no puedo hablar

y el tono de la llamada interrumpido, lo que

no lo tomes a mal

se me antojó extraño, le conté a Ulli

una amiga alemana, tenemos que relacionarnos con alguien, ¿no es verdad?

y a ella también le pareció extraño, aconsejándome

-No hagas caso

(más o menos eso en alemán)

mientras se apartaba para que yo me sentase a su lado en el sofá de mimbre

Ulli es algo corpulenta

para que yo viese con ella un programa sobre hermanos siameses unidos por la barriga, lo que les hacía difícil andar, hice la prueba con Ulli y realmente resultaba difícil, se camina de lado, se tropieza con las cosas, Ulli me abrazó para sincronizarnos mejor, al dejar de sincronizarnos Ulli trajo del frigorífico unas latas de cerveza, probamos otra vez, más habituados, menos tensos, no nos hace falta el cirujano que separó a los hermanos siameses para alejarnos el uno del otro, Ulli dijo algo sobre los latinos que me cayó bien, su doble mentón se estremecía un poco, vive encima de la casa de un veterinario y la visito los sábados abriéndome camino entre perros con sarna

Ulli asegura que no hay sarna en Alemania

y hasta la tercera cerveza me pregunto cuándo llegará el momento de volver a casa, de volver a ti, me pregunto si todavía estará la casa, si todavía estarás tú, debes de estar tú, estás tú sin duda aunque ahora no puedas hablar, el negro del saxofón en la cómoda esperando, tus padres cada cual en su rincón, el grifo callado porque no sé quién lo arregló, Ulli a mí

-Olvida el grifo, Nelson

y con su ayuda y la de la octava cerveza olvidé el grifo, no me importa el grifo, ya han pasado dos años

veintinueve meses

desde que llegué y el contrato se acabó, vuelvo el miércoles, hay un vuelo directo de Múnich a Lisboa, después el tren y Seia en un instante, el payasito hecho con pinzas de la ropa me saluda

-Hola

tú con el ganchillo en la sala y no has cambiado nada, ni más corpulenta ni más guapa, el peinado de siempre, la única diferencia es que no usas alianza, me adviertes

-Tienes una caja con tus cosas en el porche

una caja que debe de estar allí desde hace siglos y mis cosas estropeadas, un tufillo a moho que no engaña a nadie, si vuelvo a Alemania

responde con franqueza

piensas que Ulli me aceptará aunque sea una vez por semana, con suerte un nuevo programa sobre hermanos siameses, con suerte unas latas de cerveza que te rompen las uñas al abrirlas, los perros en la consulta un alboroto de rabos, no perros como los nuestros, unos monstruos enormes y yo en el sofá de mimbre con añoranza de las gotas, de una colcha de volantes, de la muñeca con los brazos abiertos que al principio lloraba y ahora está impasible, he de comprar una muñeca aquí

siempre es una compañía

y de vez en cuando te telefoneo porque nunca se sabe y tal vez llegue un día

un día con horas felices

en que estés sola con las begonias de tul, tu cara igual a la de la muñeca, con sus mofletes, sus pestañas nítidas, cada una separada de las otras, sus dientecitos a la vista

dos dientecitos

y se te ocurra hablar.

Traducción de Mario Merlino.