Crítica:

Choque de trenes

THEROUX Y NAIPAUL se conocieron en Uganda cuando el primero tenía veintipocos años y nada publicado y el segundo diez más y ya era un escritor importante. En África se forjó una amistad y un padrinazgo que duraría tres décadas y que se llenaría de libros, continentes, parejas, experiencias y muchas cosas más. Todo esto es lo que se propone recordar Theroux para exorcizar el desencuentro definitivo con su maestro. Contar la verdad, según el consejo reiterado por Naipaul a su joven discípulo, para que la verdad, objetivada y presa entre las tapas de un libro, no suponga más un lastre. Ésta es la...

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THEROUX Y NAIPAUL se conocieron en Uganda cuando el primero tenía veintipocos años y nada publicado y el segundo diez más y ya era un escritor importante. En África se forjó una amistad y un padrinazgo que duraría tres décadas y que se llenaría de libros, continentes, parejas, experiencias y muchas cosas más. Todo esto es lo que se propone recordar Theroux para exorcizar el desencuentro definitivo con su maestro. Contar la verdad, según el consejo reiterado por Naipaul a su joven discípulo, para que la verdad, objetivada y presa entre las tapas de un libro, no suponga más un lastre. Ésta es la impresión que le deja a uno esta crónica minuciosa de una amistad: que Theroux necesita librarse de su maestro para entender las razones por las que su maestro se ha librado de él (un juego iniciático prototípico, por cierto, de las tradiciones hindú y budista). Pero no es, pese a ello, un ajuste de cuentas, sino la intensísima narración de las biografías cruzadas de dos temperamentos antagónicos que, por exigencias del guión, se han visto en la necesidad de influirse mutuamente, de buscarse incluso a causa y no a pesar de sus diferencias. Theroux es generoso con Naipaul, al que retrata, sí, con todos sus defectos a la vista (como misógino, racista, tacaño, egocéntrico, cruel, colérico, maniático, hipocondriaco, impaciente, intransigente, imperialista, clasista...), pero al que reconoce como un gran escritor y como aquel que le hizo creer que podía llegar a serlo él mismo. Naipaul no sale bien parado como persona, lo cual es algo secundario para alguien que lo ha apostado todo a la literatura. Theroux comprende tan bien el fondo de esta apuesta que durante media vida le perdona a Naipaul todas sus excentricidades e injusticias, algo extraño para el neófito pero no para el colega que conoce el paño del que están hechos los genios. Durante ese periodo de tiempo se siente como su aprendiz de brujo, como su escudero, como su sombra. Al final habrá una ruptura, que Theroux atribuye a la nueva mujer de Naipaul, que será también una liberación: el discípulo por fin podrá verse a sí mismo como un igual, lo que le otorgará el derecho a interpretar y la capacidad de comprender la naturaleza profunda de esa larga amistad. El resultado es un libro ameno e inteligente. Un choque de trenes, que sólo produjo víctimas treinta años después, según la versión de uno de los supervivientes.

La sombra de Naipaul

Paul Theroux. Traducción de Carlos Abreu. Ediciones B. Barcelona, 2002. 463 páginas. 19,50 euros.

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