Mundial 2002 | Grupo C: Brasil cumple

El despegue de Ronaldo

Un costurón imponente recorre la rodilla derecha de Ronaldo. Es una cremallera que nace en el muslo y termina cuatro o cinco dedos por debajo de la rodilla. Impresiona porque parece una herida de guerra. La herida de un cojo ametrallado.

No parece posible sobreponerse a eso. Ese tipo de señales indican el fin de un futbolista. Pero aquí está Ronaldo, dispuesto a romper pronósticos.

El astro brasileño no sólo juega la Copa del Mundo -algo impensable para mucha gente-, sino que está decidido a protagonizarlo.

En la primera fase ha marcado tres goles y se le podría atribuir u...

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Un costurón imponente recorre la rodilla derecha de Ronaldo. Es una cremallera que nace en el muslo y termina cuatro o cinco dedos por debajo de la rodilla. Impresiona porque parece una herida de guerra. La herida de un cojo ametrallado.

No parece posible sobreponerse a eso. Ese tipo de señales indican el fin de un futbolista. Pero aquí está Ronaldo, dispuesto a romper pronósticos.

El astro brasileño no sólo juega la Copa del Mundo -algo impensable para mucha gente-, sino que está decidido a protagonizarlo.

En la primera fase ha marcado tres goles y se le podría atribuir uno más, el que marcó el costarricense Marín en su propia puerta. El defensor golpeó el balón, pero venía tan exigido por Ronaldo que esa jugada era un gol seguro.

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Todo el mundo quiere cuantificar el estado de Ronaldo. Unos dicen que se encuentra al 50% de su nivel anterior. Luiz Felipe Scolari, el seleccionador canarinho, dijo que se sentiría satisfecho si su delantero alcanzaba el 60%. Algunos lo sitúan en el 70%.

Son ganas de medir lo que parece imposible. Probablemente Ronaldo no se aproxima todavía al jugador que nació para discutir la jerarquía a Maradona y Pelé. En esos términos, Ronaldo no es el marciano apabullante de su juventud, pero lo que tiene -cualquiera que sea el porcentaje que se le adjudique- es suficiente para provocar sudores fríos en los mejores defensas.

Nada produce más satisfacción que verle en el campo. Obliga a pensar en una recompensa del fútbol, tantas veces cruel.

Ronaldo había entrado en una fase terrible que comenzó precisamente en un Mundial. En el de Francia 98. Nunca un jugador había despertado tantas expectativas en todos los órdenes, especialmente los comerciales. Y pocas veces se escuchó una historia tan triste como la suya en la final de París: su reacción a un analgésico infiltrado en la rodilla, el traslado urgente a un hospital, los rumores alarmantes, su inclusión en el equipo por razones nunca bien explicadas... La derrota.

Desde entonces se le ha visto penar, como si el destino le hubiera retirado el saludo. Lesiones gravísimas con roturas de ligamentos y del tendón rotuliano, tres operaciones, casi tres temporadas perdidas, la sensación de que todo había acabado...

Y no: resulta que la excepcionalidad de Ronaldo va más allá de sus condiciones como futbolista. Su cuerpo y su voluntad también responden como ningún otro. Ha regresado y lo ha hecho por encima de los pronósticos. Si está al 50%, al 60% o al 70%, es igual. Todavía es un jugadorazo.

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