Crítica:DANZA | 'LA SYLPHIDE'

Eternidad de Bournonville

De verdadera fiesta del gran ballet puede calificarse esta rara visita del Real Ballet Danés a Madrid (las funciones se prolongan hasta el día 9). Y han venido con dos emblemas de su repertorio; ambas producciones fueron estrenadas entre diciembre de 1991 y febrero de 1992 en los preparativos del II Festival Bournonville de Copenhague, un evento que sucede sólo cada 10 años y que reúne estudiosos, bailarines y otros actos de alta balletomanía. Las vi entonces y ahora. Están intactas, en el fondo y en la forma, y mejor en el acabado del estilo. En la plantilla de hoy hay muchas jóvenes estrella...

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De verdadera fiesta del gran ballet puede calificarse esta rara visita del Real Ballet Danés a Madrid (las funciones se prolongan hasta el día 9). Y han venido con dos emblemas de su repertorio; ambas producciones fueron estrenadas entre diciembre de 1991 y febrero de 1992 en los preparativos del II Festival Bournonville de Copenhague, un evento que sucede sólo cada 10 años y que reúne estudiosos, bailarines y otros actos de alta balletomanía. Las vi entonces y ahora. Están intactas, en el fondo y en la forma, y mejor en el acabado del estilo. En la plantilla de hoy hay muchas jóvenes estrellas que eran corifeos y alevines entonces. ¡Qué hermosa lección de continuidad, de eternidad del ballet clásico!

Det Kongelige Teater

Real Ballet Danés. Konservatoriet (La escuela de danza) (1849). La sylphide (1836). Coreografías: August Bournonville; músicas: Holger Simon Paulli y Herman S. Lovenskiold; decorados: Ove Christian Pedersen y Soren Frandsen; vestuarios: Lars Juhl y Henrick Bloch. Director del ballet: Frank Andersen; director musical: Henrik Vagn Christensen, con la Orquesta Sinfónica de Madrid. Teatro Real, Madrid. 2 de junio.

Konservatoriet es una escena del primer acto de un ballet cómico titulado El conservatorio de danza o Un anuncio matrimonial, donde Bournonville homenajeaba a sus maestros franceses, recreando la famosa 'clase resumen de los viernes', donde los discípulos deben exprimir las esencias del estilo (después ha sido infinitamente copiado: Hansen hizo en 1880 L'Etoile para Rosita Mauri en París, y ya en el siglo XX, Etudes, de Harald Lander, es deudor de esta 'clase eterna'). Anne Flint Christensen ha escrito alrededor de esa 'gracia en la dificultad' del estilo bounonvilliano, y la singularidad de empezar la pieza con un grand plié coral. El caso es que es una delicia de forma, reconstrucción, gusto y rigor. Quizás por encima de todo eso, un devoto y ejemplar amor al ballet y la propia escuela vernácula, que así demuestra su continuidad, su propia lógica.

El espíritu del aire

La sylphide no fue una idea de Bournonville, pero recicló lo ajeno con eficacia. Era un hombre que amaba lo lejano (como la genial estilización que hizo en la giga escocesa en clave demi-caractère) y lo exótico (sus otros dos amores eran el sur de Italia y España: hizo al menos cuatro preciosas obras españolas: La ventana, Toreadoren, Lejos de Copenhague), así tomó el guión de Taglioni sobre el casquivano espíritu/genio del aire y enmarcó en su particular estilo de danza. Ya antes hasta Carlini y Rossini habían escrito sendas partituras sobre este argumento de amor fantástico y muerte del deseo (y probablemente en la partitura danesa hubiera trazas de ellos y de Schneitzhoefter, el compositor parisino de Taglioni). El éxito proviene de las múltiples lecturas que tiene el cuento de Campanilla, porque la sílfide de marras es Campanilla, la misma de Peter Pan, que busca un sitio entre los mortales a riesgo de su frágil eternidad. El Real Ballet Danés muestra en La sylphide una joya viva y atenta, con clase y sobriedad, con sobrada técnica y con un sentido musical excepcional. En la matiné inaugural se vio la sílfide de Gudrun Bojesen, de buen acento aéreo y atinados equilibrios, lo mismo que Thomas Lund, correcto y atento al papel. Todo un lujo tener a Kirsten Simone como Anna, la madre; los artistas de la velada nocturna, Silja Schandorff y Mads Blangstrup, estuvieron también brillantes.

No puede dejar de hablarse del vergonzante programa de mano del Teatro Real para el Real Ballet Danés. Mientras para la ópera no se escatiman firmas y cromos de relumbrón, hablen o no del canto, para el ballet no hay sitio. Hasta el punto de las deficientes traducciones de los argumentos o cambiar el sexo de la legendaria bailarina danesa Lucile Grahn.

Un momento del ensayo de La sylphide.BERNARDO PÉREZ

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