Columna

Caspa

A juzgar por lo que sale en los medios, se diría que los españoles hemos sufrido una amarga decepción por la derrota de Tallín, cosa que me deja estupefacta. ¿De verdad esperaba alguien ganar con esa canción tan lamentable? Aún es más: ¿de verdad le importaba a alguien ganar Eurovisión, uno de los festivales más casposos del planeta Tierra? Llevo un par de días atrapada en el interior de una pesadilla regresiva: de repente me he visto en el túnel negro de mi infancia franquista, en medio de un delirio patriotero adobado por los comentarios increíblemente petardos de Uribarri, Lozano y compañía...

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A juzgar por lo que sale en los medios, se diría que los españoles hemos sufrido una amarga decepción por la derrota de Tallín, cosa que me deja estupefacta. ¿De verdad esperaba alguien ganar con esa canción tan lamentable? Aún es más: ¿de verdad le importaba a alguien ganar Eurovisión, uno de los festivales más casposos del planeta Tierra? Llevo un par de días atrapada en el interior de una pesadilla regresiva: de repente me he visto en el túnel negro de mi infancia franquista, en medio de un delirio patriotero adobado por los comentarios increíblemente petardos de Uribarri, Lozano y compañía, que parecían reinventar la conjura judeomasónica contra E'paña, E'paña. Por no hablar del complejo de inferioridad que todo eso demuestra y del mal estilo exhibido al perder.

Si es cierto lo de la decepción nacional, entonces es que el personal verdaderamente se creyó que Rosa era Cenicienta y que las Cenicientas existían. Los chicos de OT (que son buena gente, chavales simpáticos) han tenido éxito justamente por eso: porque todo el mundo se puede identificar con ellos, porque personifican el triunfo dorado al que aspira cada cual. Un triunfo concebido de manera tan infantil, tan de cuento feliz, que muchos pensaron que en Tallín el orbe entero se rendiría ante Rosa, porque así es como sucede en las películas de Hollywood. Pero, claro, luego llega la vida y demuestra que Rosa no es un Prodigio Único, sino sólo una cantante más entre muchas otras. Ahora sólo falta que Rosa comprenda que ser una más no es malo, sino mejor, porque es lo único real. Y que es ahí, en la realidad, en donde puede construirse una existencia feliz y una carrera, buscando con tiempo y esfuerzo su lugar. Porque el lugar que hoy ocupan los chicos de OT es un lugar prestado. No sé si estos muchachos conseguirán sobrevivir a tanta desmesura: al amor frenético del público, que dentro de nada se puede convertir en una antipatía igualmente gratuita; y a la mezquina envidia de los cantantes profesionales, que están dando un espectáculo penoso al criticar a estos chicos por puros celos. Lo más interesante del fenómeno OT es que ha sido una radiografía sociológica de nuestro país; y ha demostrado que, si se nos rasca un poco, asoma una cantidad de caspa espeluznante.

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