Crítica:JAZZ

Cantante de arte y ensayo

No posee un timbre particularmente atractivo, pero Kurt Elling (Chicago, 1967) sabe conectar con el público. Esa capacidad parece bastarle para figurar en los primeros puestos de las listas de las revistas especializadas y para captar adeptos en cada concierto. Su forma de interpretar es tan fibrosa, fresca y directa que no importa su dudosa afinación, en especial cuando se encorajina, o las desigualdades de color de su voz. Es más, se diría que ese descuido académico añade a su estilo un atractivo complementario: el encanto del actor que asume diferentes papeles y acierta a convertir el monól...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

No posee un timbre particularmente atractivo, pero Kurt Elling (Chicago, 1967) sabe conectar con el público. Esa capacidad parece bastarle para figurar en los primeros puestos de las listas de las revistas especializadas y para captar adeptos en cada concierto. Su forma de interpretar es tan fibrosa, fresca y directa que no importa su dudosa afinación, en especial cuando se encorajina, o las desigualdades de color de su voz. Es más, se diría que ese descuido académico añade a su estilo un atractivo complementario: el encanto del actor que asume diferentes papeles y acierta a convertir el monólogo en una rica discusión coral. Todo vale con tal de no caer en la homogeneidad conformista o en la corrección vacía, dos trampas que los músicos de Chicago tienen satanizadas.

Kurt Elling quartet

Kurt Elling (voz), Laurence Hobgood (piano), Robert Amster (contrabajo) y Frank Parker (batería). C.M.U. San Juan Evangelista. Madrid. 4 de mayo.

En el San Juan, Elling se presentó como todo un cantante-recitador de arte y ensayo. De entrada atacó Easy living, pero la promesa de una escucha fácil apenas se mantuvo hasta que la segunda pieza de la noche, You don't know what love is, en tópico arreglo de bossa nova, dio paso a Resolution, la parte más arrebatadora del celebérrimo A love supreme coltraniano. Ahí, Elling desató su lengua de lagartija en pasajes de scat furibundo, siguiendo como una rueda de fuego el histórico solo de Coltrane.

Lástima que propusiera relajar la atmósfera con Rosa morena, una composición de João Gilberto que el cantante, bastante fuera de idioma, cubrió con un aliño poco trabado y más bien insípido. Tampoco se observó rastro de polen primaveral mientras interpretaba April in Paris, buen dato para los alérgicos, pero noticia un poco decepcionante para los melómanos. A partir de ahí, Elling mejoró mucho. Volvió a recurrir al vocalese (verbalización de solos instrumentales) como argumento central y, ya como propina, entregó un Come sunday terrenal y aprensible, correosa sintonía de jornada laborable que pareció el envés de la versión celestial y trascendida de Mahalia Jackson con Duke Ellington. Elling, bien escoltado por una espléndida sección rítmica, triunfó.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En