Crónica:A PIE DE PÁGINA

Tratado de los crepúsculos

Y pensar que se hizo de noche sin que yo me diese cuenta. Hace apenas un minuto, a lo sumo, estaba muy bien aquí sentada y era de día, la tienda de comestibles abierta, un hombre jugando con el perro, mitad de la calle a la sombra

la otra mitad al sol

la vieja de costumbre que contempla el vacío desde el alféizar porque en el barrio no pasa nada, ni una riña, ni una discusión, ni siquiera una de esas mujeres que caminan a la manera de las cuerdas cuando se desenrollan y dejan tras de sí una estela de silbidos de hombres, las groserías que estallan en sus propias bocas y los ensuc...

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Y pensar que se hizo de noche sin que yo me diese cuenta. Hace apenas un minuto, a lo sumo, estaba muy bien aquí sentada y era de día, la tienda de comestibles abierta, un hombre jugando con el perro, mitad de la calle a la sombra

la otra mitad al sol

la vieja de costumbre que contempla el vacío desde el alféizar porque en el barrio no pasa nada, ni una riña, ni una discusión, ni siquiera una de esas mujeres que caminan a la manera de las cuerdas cuando se desenrollan y dejan tras de sí una estela de silbidos de hombres, las groserías que estallan en sus propias bocas y los ensucian a la manera de los globos de los chicles que se inflan como globos. No pasa nada en el barrio, nunca ha venido aquí una ambulancia ni un coche fúnebre, los policías circulan a lo lejos, sin hacer caso. La vida comienza unas manzanas más adelante, y sólo nos llegan de ella sus ecos mitigados. Hubo una época en la que vivía un cantante en uno de estos edificios, con la barba pelirroja, lleno de anillos, extravagante, femenino, pero se lo llevó la enfermedad de los pecadores: estaba ingresado en el hospital y, por consiguiente, la única muerte que tenemos se dio en otro lado. Y el cantante podía ser diferente pero, debido a su educación y a sus buenos modales

Se inclinó desde la barandilla de las plantas y cayó envuelta en un vuelo de faldas

nunca dejaba de dar los buenos días

a la gente le caía bien y hasta lo defendían si un extraño de un lugar cualquiera de la ciudad lo llamaba marica. Y además siempre que ofrecía un espectáculo nos invitaba. E nos avisaba cuando iba a la televisión para que lo apoyásemos con nerviosismo y orgullo desde el sofá de la sala. ¿Cuántas personas se pueden preciar de conocer artistas de la televisión? Que además nos conozcan bien y que sepan nuestro nombre. Me gustaba que me dijese

-Doña Idália

y me habría gustado aún más si hubiese sido en un lugar diferente, en la Baixa

por ejemplo

que todo el mundo lo mirase, que nadie me mirase a mí, él

-Doña Idália

y entonces todo el mundo me mirase a mí, admirativos y envidiosos. Seguro que por lo menos una señora o dos me pedirían un autógrafo y yo, modesta, escribiría Idália da Conceição Esteves en un pañuelo de papel o en un billete de metro y proporcionaría datos inéditos para la biografía del cantante, que por añadidura fumaba la misma marca de cigarrillos que mi marido y era muy apegado a su madre. Al final del día sacaba a pasear al pachón, que vacilaba entre mear en los neumáticos o mear en los árboles y él, con mucha paciencia, esperaba. A veces un chaval todo vestido de cuero, con una cruz de plata en el ombligo, lo acompañaba, y se notaba enseguida que no tenía ninguna paciencia con el perro pachón. ¿Cómo se puede perder el tiempo con individuos que odian a los animales? Y pensar que se hizo de noche sin que yo me diese cuenta. Hace apenas un minuto, a lo sumo, estaba muy bien aquí sentada y era de día, mi marido silbaba en el tendedero

desde que se jubiló silba mucho más en el tendedero

y en eso, sin previo aviso, como un trueno en un cielo claro, la joven Germana, del número 6, que estaba planchando justo enfrente de mi ganchillo, dejó la plancha en la tabla

en posición vertical para no quemar la blusa

me miró, me hizo una seña amistosa con dos dedos, se inclinó desde la barandilla de las plantas y cayó envuelta en un vuelo de faldas. Un tercer piso no es un piso alto, pero la joven Germana no se movía en la acera. Se dijo no sé qué de su novio, la mujer del tendero insinuó que estaba liada con un hombre casado en el lugar donde trabajaba, se comentó el comportamiento de su madrina que sólo podía mover la parte derecha del cuerpo y no le daba un minuto de sosiego, no llegamos a ninguna conclusión y de repente se hizo de noche. Como cuatro de las cinco farolas de la calle no funcionan, no se distinguía bien a la joven Germana quietecita en la acera. Según he tenido ocasión de explicar, aquí nunca ha venido una ambulancia ni un coche fúnebre, y esperamos que las cosas sigan así. Por tanto, cerramos los portales como si nada hubiese ocurrido, doña Sofia le dio de cenar a la paralítica, y apagamos las luces con la seguridad de que esos empleados del ayuntamiento, que llegan a la madrugada y lavan los restos de la noche con una manguera, habrán de dejarnos la manzana del barrio como es debido. Y así la han dejado, sí, puesto que no quedan rastros de la joven Germana. Mi cuñado, que es muy manitas, arregló la plancha que ella se olvidó de desenchufar. Nos contó lo sencillo que había sido arreglarla, sólo una resistencia quemada en una plancha casi nueva. Gracias a Dios.

Traducción de Mario Merlino.