Columna

Marcianos

Como todos los días, antes de que apunte el sol la ciudad marciana cruje con estrépito. Miles de automóviles se encienden y las calles se convierten en ríos de hierro y caucho. Vista desde arriba, cada ciudad es una gigantesca tela de araña que fluye como lava, aunque permanece quieta. Millones de toneladas de metal queman millones de litros de petróleo en el horno de sus entrañas. La máquina colosal y miles de máquinas subalternas forman un juego de engranajes sin fin ni principio. Atrapados en el interior del monstruo mecánico, diminutos hombrecillos creen que van a alguna parte y que así lo...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Como todos los días, antes de que apunte el sol la ciudad marciana cruje con estrépito. Miles de automóviles se encienden y las calles se convierten en ríos de hierro y caucho. Vista desde arriba, cada ciudad es una gigantesca tela de araña que fluye como lava, aunque permanece quieta. Millones de toneladas de metal queman millones de litros de petróleo en el horno de sus entrañas. La máquina colosal y miles de máquinas subalternas forman un juego de engranajes sin fin ni principio. Atrapados en el interior del monstruo mecánico, diminutos hombrecillos creen que van a alguna parte y que así lo desean.

Simultáneamente, en los túneles que perforan el subsuelo de las ciudades, otro monstruo vomita hombrecillos aquí y allá, y vuelve a tragarlos para vomitarlos de nuevo un poco más lejos o más cerca. Igual sucede en el cielo, en donde millones de toneladas de metal vuelan en todas direcciones, o bien corren por la pista que ha quedado vacía. Innumerables hombrecillos son trasladados así de un lado a otro, pero siendo todos democráticos y por tanto equivalentes, es como si no se hubieran movido. Podemos decir que se han permutado.

Si la máquina se detuviera, millones de hombrecillos inútiles serían enviados al exterminio. La máquina sólo existe para mantener la agitación sin moverse de su sitio y los hombrecillos son su alimento. Ellos, sin embargo, creen lo contrario. Si bien sólo un loco podría decir que esa convulsión de metales y combustibles se dirige hacia algún lugar o que tiene un sentido, la gran mayoría de los hombrecillos cree que les beneficia y que está guiada por hombrecillos autorizados. Aunque no lo creyeran, da lo mismo, tampoco quieren hacer nada para remediarlo.

De hecho, la máquina sólo se engorda a sí misma y para ello tritura incontables hombrecillos cada día, pero éstos dicen que es algo inevitable y divino. Quizá podrían emprender una guerra contra el monstruo para recuperar el control de sus vidas, pero temen que ese día traiga consigo el Fin del Mundo. Así que los hombrecillos sueñan que conducen la máquina y pasan gran parte de su existencia riéndose de sí mismos. A eso lo llaman 'política'.

Sobre la firma

Archivado En