Crónica:CIENCIA FICCIÓN

Esos humanos que arden... ¡espontáneamente!

EN EL EPISODIO SOFT LIGHT' (1994), de la serie Expediente X, el detective Ryan solicita la ayuda de los agentes del FBI Mulder y Scully para investigar unas extrañas desapariciones.

'Ryan: ¿Puedo preguntarle su opinión sobre lo sucedido?

Mulder: ¿De entrada? Combustión humana espontánea.

Scully: ¿Es una broma? ¿Combustión humana espontánea?

Mulder: Conozco una docena de casos de cuerpos humanos reducidos a cenizas sin que se hayan incendiado o fundido. Oxidación rápida sin calor.

Scully: Debo recordarte que, por el momento, no hay ninguna teoría...

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EN EL EPISODIO SOFT LIGHT' (1994), de la serie Expediente X, el detective Ryan solicita la ayuda de los agentes del FBI Mulder y Scully para investigar unas extrañas desapariciones.

'Ryan: ¿Puedo preguntarle su opinión sobre lo sucedido?

Mulder: ¿De entrada? Combustión humana espontánea.

Scully: ¿Es una broma? ¿Combustión humana espontánea?

Mulder: Conozco una docena de casos de cuerpos humanos reducidos a cenizas sin que se hayan incendiado o fundido. Oxidación rápida sin calor.

Scully: Debo recordarte que, por el momento, no hay ninguna teoría científica que avale lo que dices'.

La combustión humana espontánea es un supuesto proceso por el que un cuerpo humano comienza a arder repentina e inexplicablemente sin que existan fuentes de calor externas. Sin causa aparente, en cuestión de minutos, la víctima queda reducida a un montón de cenizas. Un fenómeno insólito dado que los humanos somos un pésimo material de combustión.

Los partidarios de lo paranormal, como es habitual, convierten un fenómeno extraño en inexplicable. Y, en un alarde de razonamiento lógico falaz (la falta de una explicación racional no significa que ésta no exista), mantienen que se trata de un ejemplo más que demuestra la existencia de poderes ocultos que escapan a nuestra comprensión.

Nada más lejos de la realidad: el hipotético fenómeno de la combustión espontánea, por mucho que se empeñe nuestro creyente oficial, el agente Mulder, no resiste un mínimo análisis serio.

Según parece, el asunto se remonta al siglo XVII, cuando un parisiense, anónimo y alcohólico, 'fue reducido a un montón de cenizas' (y a unos pocos huesos) 'aunque la cama de paja en la que murió quedó intacta'. Aunque el caso más famoso sucedió en 1731, cuando la anciana condesa Cornelia di Bandi fue hallada por su doncella en estado lamentable: la pila de cenizas, pero la cama y el resto de la estancia incólumes. Como recurso literario macabro no está mal. Así lo debió de considerar el escritor Charles Dickens, quien utilizaría los detalles del caso en Casa vacía.

Los casos de combustión espontánea se nutren de las exageraciones, omisiones y tergiversaciones con las que se forja la mayoría de leyendas a las que los seres humanos somos tan proclives. En todo caso, la existencia de casos documentados no significa que hayan sido verificados, de manera que su valor como prueba es más bien escaso. En todos ellos, las víctimas están siempre solas. No hay testigos que den fe de lo acontecido. No se mencionan fuentes de ignición cercanas (fumadores empedernidos, chimeneas encendidas). Se acorta, interesadamente, el tiempo en que el fuego ha consumido a la víctima. O, simplemente, se añaden detalles adicionales como que el individuo en cuestión 'yacía dentro de sus ropas intactas'.

Un fenómeno inexistente o, siendo condescendientes, nunca comprobado recibe la propuesta de explicaciones inverosímiles, más fantasiosas incluso que el propio fenómeno que pretenden aclarar. Primero se creía que el afectado sufría algún tipo de castigo divino; luego se pensó que la causa era la ingestión de bebidas alcohólicas. El alcohol desempeña un papel importante, pero no por aumentar la capacidad de combustión del cuerpo, sino simplemente porque aturde al infortunado.

Recientemente se adelantan hipótesis hilarantes: fantasmas de fuego, individuos con propiedades eléctricas (capaces de producir chispazos e incendiar materiales combustibles), cortocircuitos de los (débiles) campos eléctricos del organismo o reacciones químicas en el aparato digestivo (¡a lo que puede llevar una dieta inadecuada!). Incluso hay quien, ni corto ni perezoso, se ha atrevido a proponer la existencia de una nueva partícula subatómica responsable del evento: el pyrotrón.

Aunque para incinerar un cadáver en un horno crematorio se requieren temperaturas de alrededor de 1.000 grados centígrados durante unas dos o tres horas (según la talla y el peso), se ha comprobado que también puede darse una combustión lenta del cuerpo a temperaturas más bajas usando como mechas las ropas, la propia grasa corporal y la piel. En cualquier caso, bastante alejadas de las temperaturas corporales normales alcanzadas por el cuerpo humano (entre 35,8 y 37,2ºC) gracias a los procesos metabólicos, encargados de transformar el combustible de los alimentos (lípidos y carbohidratos, básicamente) en energía. Así pues, ni la combustión es rápida ni tiene un origen interno. Hechos luctuosos y trágicos, sin duda. Pero ni sobrenaturales ni paranormales: la verdad está ahí afuera aunque muchos no se molestan en buscarla.

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