VISTO / OÍDO

Ya suenen los claros clarines

El congreso ha sido un éxito. Este tipo de argumentación espectacular quizá se inventó en el principio de los tiempos, pero se concretó muy bien con el ilustre Dr. Goebbels, ministro de Propaganda del III Reich, que con altavoces y radios recién descubiertos, con el cine de Leni Riefenstahal, creó uniformes, desfiles, banderolas, himnos y actitudes humanas. Los camaradas del agit-prop de la Unión Soviética no lo hicieron tan bien. Iban más a la convicción por la idea, la razón, la nueva explicación del mundo, y es verdad que convencieron: apenas empezaron a perder el poder, los nuevos c...

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El congreso ha sido un éxito. Este tipo de argumentación espectacular quizá se inventó en el principio de los tiempos, pero se concretó muy bien con el ilustre Dr. Goebbels, ministro de Propaganda del III Reich, que con altavoces y radios recién descubiertos, con el cine de Leni Riefenstahal, creó uniformes, desfiles, banderolas, himnos y actitudes humanas. Los camaradas del agit-prop de la Unión Soviética no lo hicieron tan bien. Iban más a la convicción por la idea, la razón, la nueva explicación del mundo, y es verdad que convencieron: apenas empezaron a perder el poder, los nuevos convencidos se pasaron al otro lado. Franco aprendió de Hitler y de Mussolini: Dionisio Ridruejo, que era poeta, le ayudó, y las chicas bailarinas de la SF. Hicieron 'actos de afirmación nacionalsindicalista' realmente notables.

El congreso del Partido Popular, o popularista, ha convertido con gran arte aquellas ceremonias bárbaras, con armas y amenazas, en un imponente acto civil con votaciones que alcanzan la unanimidad, como aquéllas. Se supone que un congreso es un acto interior del partido donde se critican las políticas realizadas, se proponen otras nuevas, se cambian nombres en las directivas y se sigue el camino. Éste no ha necesitado nada: el acto de afirmación nacionalpopulista ha emitido algunas palabras equívocas, otras alabanzas ditirámbicas, ha glorificado a su jefe y creador. Y se ha despedido de él. Aznar merecía y merece este homenaje.

Recogió unos restos de falangismo de las manos torpes y toscas de Fraga, que lo fundó; deshizo la derecha clásica y catolicona, la democracia cristiana de Gil- Robles y Ruiz-Jiménez, que se desvanecía; dio un puntapié al gallito Hernández Mancha, que ponía demasiado de manifiesto la comicidad de la derechota; supo hacer que la derecha moderna quitase de en medio a Suárez por haber ido demasiado lejos -¡si la derecha hubiera sabido a la muerte de Franco que la izquierda no existía!-, y con todo ello cocinó un plato hecho de restos. He aquí estos restos: alimenticios, prometedores, amos. He aquí estas privatizaciones, estos ministerios de empresarios, este clero de ejecutivos: ya cantaba nuestro Marsillach, con letra de Lloret, que el Opus tenía la sartén por el mango 'y el mango también'. Caballeros, he aquí el congreso de los triunfadores, el de los claros clarines. El de Aznar y Botella, tanto monta. A ver ahora, por favor, qué hacen ustedes. Los otros. Los que saben la verdad del país.

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