Crítica:PROVISIONAL DANZA | DANZA

El macuto y los tacones de mamá

La coreógrafa Carmen Werner tiene cierta tendencia a ponérselo difícil al espectador y, de paso, a los intérpretes. Su ausencia de cualquier chispa de humor o relajo está a toda prueba. Ella hace una danza globalizada que podemos calificar de tendencias. Es decir: puja por ser moderna, por sorprender, siempre en los posibles de su estrecho vocabulario basado en tensionar el material, someterlo. Es así que su trabajo se parece, de manera imprecisa, a otros trabajos ajenos. Se siente la influencia epidérmica de la danza moderna francesa, el peso atmosférico del teatro-danza alemán y, sobr...

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La coreógrafa Carmen Werner tiene cierta tendencia a ponérselo difícil al espectador y, de paso, a los intérpretes. Su ausencia de cualquier chispa de humor o relajo está a toda prueba. Ella hace una danza globalizada que podemos calificar de tendencias. Es decir: puja por ser moderna, por sorprender, siempre en los posibles de su estrecho vocabulario basado en tensionar el material, someterlo. Es así que su trabajo se parece, de manera imprecisa, a otros trabajos ajenos. Se siente la influencia epidérmica de la danza moderna francesa, el peso atmosférico del teatro-danza alemán y, sobre todo, un exceso oscuro y tremendista donde abusa del diálogo (en el baile suele ser un incordio, sobrar), del desnudo, de abigarradas y eclécticas bandas sonoras y de la violencia del tipo todos contra todos y, de paso, contra la pared.

Provisional Danza

Fine romance. Coreografía: Carmen Werner. Música: Pergolesi, Pärt, Schnitke y otros. Edición musical: Pedro Navarrete. Escenografía: Daniel Canogar. Vestuario: Toni Urbina. Sala Cuarta Pared, Madrid. 22 de diciembre.

La propuesta de Werner gira en torno a las obsesiones más íntimas. Ocho personajes (cuatro mujeres y cuatro hombres) que palpan incomunicación, desamor, rechazo carnal y bajas pasiones.

Fine romance es, a pesar, lo mejor que ha producido Werner en los últimos tiempos y esto se debe principalmente a la alta calidad de los nuevos elementos con que ha poblado su conjunto. La obra es asfixiante, pensada con la cabeza borradora, inclemente en el ritmo pero careciendo de progresión y dramaturgia, de una lógica interior que sólo llega a vislumbrarse en el concertante final, francamente, una bella y sobrecogedora escena que casi indulta y perdona anteriores dislates.

Es notable el histrionismo y la pasión de Sebastián Merlin y Nicolas Rambaud, artistas vitales, hermosos, muy preparados. La producción goza de un nivel aceptable, con buenas luces, un decorado poco comprensible y un ajustado vestuario de Urbina muy en el tono general de ahora: el reciclado de segunda mano al servicio de una neomoderna sofisticación trasch.

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