Columna

Sermón

'¿Aún no has enterrado los cadáveres del 68?', dice uno. Pero luego viene otro y dice: 'Te has vendido a la derecha'. En estos reproches, que debemos aceptar con humildad, se oculta un consejo paternal: 'A ver si aprendes a ser como yo'. Y ese 'yo', que cree ser algo fijo, es, en realidad, como nosotros, un soplo de viento. Querríamos anclar en algo firme, como 'ser vasco' o 'ser demócrata', pero el viento no permanece. No podemos ser ni lo que somos, aunque nos ilusione creer que somos lo que siempre hemos sido. Y es una suerte, porque a veces uno se encuentra con alguien que, en efecto, no h...

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'¿Aún no has enterrado los cadáveres del 68?', dice uno. Pero luego viene otro y dice: 'Te has vendido a la derecha'. En estos reproches, que debemos aceptar con humildad, se oculta un consejo paternal: 'A ver si aprendes a ser como yo'. Y ese 'yo', que cree ser algo fijo, es, en realidad, como nosotros, un soplo de viento. Querríamos anclar en algo firme, como 'ser vasco' o 'ser demócrata', pero el viento no permanece. No podemos ser ni lo que somos, aunque nos ilusione creer que somos lo que siempre hemos sido. Y es una suerte, porque a veces uno se encuentra con alguien que, en efecto, no ha cambiado ni pizca, y produce un efecto siniestro.

Para luchar contra la seguridad, la firmeza y la identidad, hay que utilizar técnicas teatrales. Si, por ejemplo, alguien cree ser de izquierdas, pruebe a comportarse como uno de derechas; si cree ser solidario, trate de ser egoísta, y si es ateo, récele a la Virgen con toda su alma. Al cabo de una semana observará que absolutamente nada ha cambiado. Sus amigos le harán chistes; en casa, ni lo notarán. Porque lo que somos de verdad es insignificantes, y eso es lo único que no cambia. Las etiquetas son un patético intento de darnos un simulacro de significado. Pero no somos tolerantes ni fanáticos, no somos burgueses ni anarcos, no somos progres ni fachas. Somos según nos lleva el viento. Las etiquetas sólo sirven para pavonearnos unas horas como personajes de una obra que no hemos escrito y en la que todo es fijo, idéntico, indudable. Un espacio en donde el ángel de la muerte pierde sus alas. Una fantasía infantil.

No obstante, puede suceder que se quede uno en la pura etiqueta y se la crea a pies juntillas, hasta confundirse con ella. Entonces sí debe decirse de alguien que es algo, y que se mantiene fiel a sí mismo. Tal es el caso de Perón, Fidel Castro o Wojtila, individuos que alguna vez fueron como nosotros y luego se refugiaron en el asilo de las etiquetas, se fundieron con ellas, y allí permanecerán para siempre. Ellos, en efecto, tienen identidad. Y por eso les imita tanta gente insegura, frágil, desconcertada. Esos que te reprochan haber cambiado tanto.

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