Columna

Septiembre

Acabo de regresar de vacaciones y todavía no me ha crecido la queratina de la barriga. Porque durante la holganza veraniega uno se aligera de defensas, se perdona los deberes, se infantiliza; en consecuencia, retornas a la realidad con el caparazón todavía blando, y la susodicha realidad se encarga de abofetearte los hocicos para que te vayas enterando de adónde vuelves.

Septiembre comienza, en fin, con un desfile de los energúmenos de siempre, ora en versión tradicional, ora con un aspecto más novedoso. De los primeros son una buena muestra esas bestias pardas de Tordesillas (Valladoli...

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Acabo de regresar de vacaciones y todavía no me ha crecido la queratina de la barriga. Porque durante la holganza veraniega uno se aligera de defensas, se perdona los deberes, se infantiliza; en consecuencia, retornas a la realidad con el caparazón todavía blando, y la susodicha realidad se encarga de abofetearte los hocicos para que te vayas enterando de adónde vuelves.

Septiembre comienza, en fin, con un desfile de los energúmenos de siempre, ora en versión tradicional, ora con un aspecto más novedoso. De los primeros son una buena muestra esas bestias pardas de Tordesillas (Valladolid) que ya están preparando, como cada año, la supuesta fiesta, en realidad suplicio, del Toro de la Vega. Será el próximo martes, día 11, y la orgía de sadismo consiste en acuchillar a un toro con todo tipo de lanzas hasta matarlo. Tardan mucho en lograrlo. El año pasado, una de las lanzas atravesó el cuerpo del animal de parte a parte. Con la pica ensartada aguantó aún 35 minutos más de acuchillamiento salvaje y de martirio hasta alcanzar la muerte. Aunque parezca increíble, el Gobierno autónomo de Castilla y León ha legalizado esta tortura bestial como un 'espectáculo tradicional', lo cual quita toda legalidad moral al propio Gobierno (hay una campaña en Internet contra este horror: escribid a anpba@bienestar-animal.org).

En cuanto a los desalmados más modernos, este verano el premio al miserable más innovador lo ha ganado sin duda John Howard, primer ministro de Australia, ex aequo con el resto de su Gobierno. A todos ellos les deseo un bonito naufragio que les deje a la deriva, en una balsa, en los mares infestados de tiburones. Y que se desgañiten pidiendo socorro a los barcos veloces, que pasarán desdeñosos e impávidos junto a ellos, rizando el agua con sus enormes hélices e ignorando a los náufragos, no vaya a ser que luego no les permitan atracar en ningún puerto. Howard y su banda han hecho descender un grado el listón colectivo de la dignidad humana. Hasta ahora el socorro a los náufragos se tenía como un valor elemental, indiscutible y evidente; pero el caso del Tampa ha roto una virtud pública consensuada durante milenios. Con estos excesos de energumeneidad llega septiembre.

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