Columna

La vida

La vida es eso: un soplo de aire que rompe al fin los juncos. Paco Rabal era una celebración de la vida y Juan Muñoz lo era también. La casualidad de un calendario que es peor que el temporal arrasó ayer la última parte de esas dos biografías, que dieron lo que la vida les pedía: entusiasmo para crear, razones para que los demás también pensáramos que es interesante vivir.

Juan Muñoz colocó en el medio de su existencia la poesía y la convirtió en figuras, trazos de personajes que se reían del mundo o que se sorprendían de su existencia. Él se parecía a sí mismo y fue tan auténtico que i...

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La vida es eso: un soplo de aire que rompe al fin los juncos. Paco Rabal era una celebración de la vida y Juan Muñoz lo era también. La casualidad de un calendario que es peor que el temporal arrasó ayer la última parte de esas dos biografías, que dieron lo que la vida les pedía: entusiasmo para crear, razones para que los demás también pensáramos que es interesante vivir.

Juan Muñoz colocó en el medio de su existencia la poesía y la convirtió en figuras, trazos de personajes que se reían del mundo o que se sorprendían de su existencia. Él se parecía a sí mismo y fue tan auténtico que incluso esa risa que se le escapaba por el hueco generoso de sus dientes tenía que ver con un sueño: ser feliz, ser inmensamente feliz y creativo. Buscó la lírica en los contornos físicos de su trabajo y siempre fue un poeta, lo era a raudales, en el silencio y en el discurso, en la ciudad y en la lejanía, y ahora que el mundo parecía abrirle la compuerta más grande, se fue en Ibiza, como de un rayo, rodeado de mar, mientras dormía.

Y Paco Rabal: una vez llamó a un amigo desde muy lejos, 'simplemente para decirte que estoy vivo'. Así era, una fuerza de la naturaleza a la que el aire finalmente le faltó en vuelo. Fue una memoria viva de su tiempo, y de todo el mundo dijo algo feliz; nunca fue mezquino, y cuidado que es flor difícil de hallar esa circunstancia. Claro que es difícil hallar otra voz u otro rostro en el cine que se hizo en España desde la guerra, pero no era eso, ni el rostro golpeado por la historia, ni la voz tratada por el tiempo, lo que sorprendía de Rabal, sino su lujuriosa manera de amar la vida y de querer a los que le rodeaban. Su pasión fue la amistad, y por ella lloró y vivió hasta el final del tiempo.

Decía César Vallejo que la vida nos deja golpes secos y terribles, noticias que caen sobre nosotros como los sonidos terribles de un tiempo que ni siquiera habíamos soñado en la peor de las pesadillas. ¿Y cómo recordar a los que se van en medio de ese ruido sin retorno de la muerte? Vivos, hay que recordarlos vivos, y esa memoria es la única venganza que le queda al hombre contra la muerte.

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