A LA MANERA de M. Martín Ferrand | GENTE

RANCHO

Se puede decir más alto pero no más claro: en España se come cada vez peor, sobre todo en verano. No es que los españoles seamos incapaces de cocinar como Dios manda, con los ingredientes adecuados y respetando los tiempos de cocción y los secretos de almirez que practicaban nuestras sacrificadas abuelas, sino que, empujados por el afán de una rentabilidad económica de vuelo tan errático como el que manda Iberia, descuidamos los detalles y acabamos ahogándonos en un recetario previsible, insulso y tremendamente doloroso para nuestro ya de por sí castigado sistema digestivo.

Si a eso le ...

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Se puede decir más alto pero no más claro: en España se come cada vez peor, sobre todo en verano. No es que los españoles seamos incapaces de cocinar como Dios manda, con los ingredientes adecuados y respetando los tiempos de cocción y los secretos de almirez que practicaban nuestras sacrificadas abuelas, sino que, empujados por el afán de una rentabilidad económica de vuelo tan errático como el que manda Iberia, descuidamos los detalles y acabamos ahogándonos en un recetario previsible, insulso y tremendamente doloroso para nuestro ya de por sí castigado sistema digestivo.

Si a eso le añadimos unos precios que superan con mucho el flexible abanico calidad-precio que tolera el sufrido ciudadano de a pie, el panorama culinario resulta francamente desolador. ¿No pueden hacer nada nuestras autoridades para, en menos que canta un gallo, evitar este, nunca mejor dicho, desaguisado? Por suerte, no.

Cada vez que la Administración pone sus sucias manos sobre un problema que compete a la sociedad civil, las cosas empeoran, sepultadas bajo paralizantes aludes de reglamentación y normativa. Lo que me resulta increíble es que los gremios y asociaciones de hostelería no enderezcan el rumbo de una nave que, de seguir así, acabará surcando los contaminados mares de la comida rápida más deleznable y renunciando al rico océano de sus sabores ancestrales, auténtica arqueología de nuestra memoria colectiva.

Si el turismo es nuestra principal fuente de riqueza, procuremos no olvidar que el gusto es uno de los sentidos que más perduran y el paladar el vestíbulo más hospitalario de la anatomía.

Bastante tenemos con una red de carreteras deficientes, unos aeropuertos tercermundistas en su gestión y esclavos de un corporativismo mafioso, una concepción del ocio ruidosa y una explotación disparatada de la naturaleza para que, además, nos quiten uno de los pocos placeres que nos quedaban: ponernos las botas pensando que nuestra cocina es tan, pero que tan buena, que incluso el colesterol, si es español de verdad y lo pones al horno con unas patatitas y unos choricitos sobre un manto de pimientos murcianos, si le añades unas anchoas y luego lo gratinas durante un cuarto de hora y lo riegas todo con un generoso vino joven de Rueda, está, como dicen ahora los jóvenes, de puta madre.

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