A LA MANERA de G. Cabrera Infante | GENTE

CINE DE VERANO

No es lo mismo el verano que ver anos, aunque la cálida estación produzca una tendencia al desnudo más patológica que lógica entre mis contemporáneos menos frioleros. Existe una relación entre ver y ano. Más allá de esta palabra compuesta por un verbo y un sustantivo que saben a negación (ah, no), en La Habana del tráfico de latas de condensada mala leche, al ano le siguen llamando ojete o tercer ojo, según sea la fuente guarachera o bolerista, ética o patética.

Tercer ojo cíclope, por supuesto, atrapado entre la espalda y la pared, con una mirada a la que el...

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No es lo mismo el verano que ver anos, aunque la cálida estación produzca una tendencia al desnudo más patológica que lógica entre mis contemporáneos menos frioleros. Existe una relación entre ver y ano. Más allá de esta palabra compuesta por un verbo y un sustantivo que saben a negación (ah, no), en La Habana del tráfico de latas de condensada mala leche, al ano le siguen llamando ojete o tercer ojo, según sea la fuente guarachera o bolerista, ética o patética.

Tercer ojo cíclope, por supuesto, atrapado entre la espalda y la pared, con una mirada a la que el cine no es ajeno, como tampoco lo ha sido a los devaneos del veraneo. La isla a la que se fugaban los amantes de Un verano con Mónica, de Ingmar Bergman, por ejemplo, no encandiló a los censores de Franco, que mutilaron la carne de su metraje convencidos de que los españoles no debían confundir el verano de Mónica con verle el ano a su adictiva heroína. Una vez levantada la losa totalitaria, el ano recuperó la normalidad e incluso llegó a titular una película cuya posteridad caducó, por fortuna, hace algún tiempo: El ojete de Lulú.

Decía Néstor Almendros que en la historia del cine las suecas son mucho más importantes que los suecos. Alfredo Landa las perseguía en aquellos filmes de moqueta y puticlub donde se toleraban las brasas de la calentura, aunque no el fuego del calentón. Hacerse el sueco, en cambio, tiene un significado que no hay que confundir con hacerse un sueco, legítima aspiración de muchas españolas y, me consta, de algunos españoles. Hacerse el sueco consiste en disimular, práctica habitual cuando nos toca fingir normalidad ante ciertas erupciones. Porque el verano es una estación exhibicionista o, según se mire, una exhibición estacionaria.

El encanto de sugerir es arrasado por evidencias nada cinematográficas. ¿Podría hacerse un remake del Verano del 42 de Robert Mulligan? Almodóvar sería, sin duda, un buen candidato a esta relectura. El chico que descubre el amor y el sexo con una casada sería un transexual ex jinetero adicto, entre otras cosas, al bolero-mix. Y la madura sería una redentora de almas descarriadas y descaradas, muda como Belinda, manipuladora como Fidel. Un Fidel al que no absolverá la historia y que, en años distintos, nació el mismo día que Alfred Hitchcock, tal día como hoy, un 13 de agosto. A ambos les une el amor por los puros y por el terror.

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