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Rara vez la valía de un científico se populariza fuera de los laboratorios. En ese mundillo sin fronteras de probetas y tubos de ensayo, sin embargo, el prestigio del catedrático de Fisiología José López Barneo está asentado con firmeza. Era ya un experto en cuerpos carotídeos cuando removió al gremio de neurofisiólogos con una nueva técnica para atajar el Parkinson. Tras el hallazgo, su equipo de la Universidad de Sevilla recibió de la Fundación March una ayuda de 150 millones de pesetas. López Barneo podría ufanarse de ser uno de los científicos españoles de mayor renombre y, sin embargo, re...

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Rara vez la valía de un científico se populariza fuera de los laboratorios. En ese mundillo sin fronteras de probetas y tubos de ensayo, sin embargo, el prestigio del catedrático de Fisiología José López Barneo está asentado con firmeza. Era ya un experto en cuerpos carotídeos cuando removió al gremio de neurofisiólogos con una nueva técnica para atajar el Parkinson. Tras el hallazgo, su equipo de la Universidad de Sevilla recibió de la Fundación March una ayuda de 150 millones de pesetas. López Barneo podría ufanarse de ser uno de los científicos españoles de mayor renombre y, sin embargo, rezuma una modestia que no parece nada falsa, cultivada tal vez durante un brillante historial académico construido beca a beca. Podría presumir también de ser lo que siempre quiso desde que leyó de niño las biografías de Pasteur y Fleming. Ni la temporada que ejerció de médico en un pueblo de Córdoba, tras licenciarse con el premio extraordinario en Medicina (lo repitió al doctorarse), le torció el rumbo. Después de tres años en la Universidad de Pensilvania, en Filadelfia (Estados Unidos), regresó justo cuando se sentaban los pilares de la investigación en 1982. Llegó al Parkinson casi igual que a la jardinería: 'Nunca supe que era jardinero hasta que me hice una casa con jardín'.

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