A LA MANERA de Rosa Montero

DESCONECTAR

Hartita me tienen los que dicen que en verano se desconecta. ¡Qué más quisiera yo que desconectar! Quiero decir que por más que pasee a mis perros y que, como buena dormilona que soy, me amodorre después de una copiosa paella, no puedo dejar de pensar que, mientras colapsamos las carreteras con nuestros contaminantes vehículos en busca del automatizado descanso y sus tontunas, millones de personas de todo el mundo a duras penas sobreviven.

Y me produce un escalofrío de impotencia ver cómo los aspersores de jardines y campos de golf componen su húmeda sinfonía y que el precio de esta ban...

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Hartita me tienen los que dicen que en verano se desconecta. ¡Qué más quisiera yo que desconectar! Quiero decir que por más que pasee a mis perros y que, como buena dormilona que soy, me amodorre después de una copiosa paella, no puedo dejar de pensar que, mientras colapsamos las carreteras con nuestros contaminantes vehículos en busca del automatizado descanso y sus tontunas, millones de personas de todo el mundo a duras penas sobreviven.

Y me produce un escalofrío de impotencia ver cómo los aspersores de jardines y campos de golf componen su húmeda sinfonía y que el precio de esta banda sonora, artificio de sofisticada tecnología, sea que en otros lugares se mueran de sed. Por no hablar del acelerado despliegue de bulimia consumista en las zonas de ocio de nuestros pueblos y ciudades, esclavos de una concepción mercantilista de la diversión, allí donde el despilfarro y el exceso fabrica contenedores repletos de sobras y excedentes que, para otros, serían solución parcial a una hambruna inadmisible.

Me mortifica comprobar que nuestra felicidad, desbravada espuma de unos días que llamamos de descanso, esa dicha de la que no deberíamos sentirnos culpables se asienta, en el fondo, sobre desgracias y carencias ajenas.

Procuro divertirme, sí, y no fastidiarles las vacaciones a los que me rodean. Y acudo al minigolf a compartir unos hoyos con mis vecinos y juego, si se tercia, una partida de mus. Y salgo al jardín hasta que el acoso de los mosquitos me hace regresar, porque me niego a utilizar insecticidas que atenten contra el ecosistema. Pero, por más que me relaje, por más que intente transformarme en esa veraneante convencional, no puedo dejar de pensar en los que ni siquiera tienen tiempo para pensar. Por eso, para que las vacaciones no nos permitan olvidar la injusticia bajo el espeso manto de la sal de las olas y el cloro de las piscinas, para que no caigamos en la insensibilidad egoísta, cada viernes, después del telediario, los vecinos de la urbanización en la que paso el mes de agosto nos manifestamos pacíficamente hasta el paseo marítimo.

Incluso tenemos un número de cuenta al que, si lo desean, pueden dirigir sus donativos (Banco Español de Bilbao Santander Popular de Vizcaya, 07 77 24 2). Aunque, ahora que lo pienso, todavía no hemos decidido a qué noble causa donarlos. ¡Son tantas!

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