El triunfo de la emoción (1-0)

Un gol de Córdoba deshace el entramado de México y da el torneo a Colombia

Colombia se emocionó. Se olvidó de sus problemas, de su tristeza, y se emocionó. Se unió alrededor del fútbol y saboreó su día más grande. Ganó a México, ganó la Copa América. Su Copa América. Jugó encogida durante una hora, comprimida más por el peso propio de la final que por el testarudo ejercicio defensivo de su rival, pero acabó feliz y radiante. Así la puso a los 65 minutos Iván Córdoba, que remató con la cabeza, no, que remató con el corazón. Saltó con todo entre dos torres mexicanas y cruzó la pelota al sitio imposible, al rincón al que Óscar Pérez nunca podía llegar. Y Colombia, en la...

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Colombia se emocionó. Se olvidó de sus problemas, de su tristeza, y se emocionó. Se unió alrededor del fútbol y saboreó su día más grande. Ganó a México, ganó la Copa América. Su Copa América. Jugó encogida durante una hora, comprimida más por el peso propio de la final que por el testarudo ejercicio defensivo de su rival, pero acabó feliz y radiante. Así la puso a los 65 minutos Iván Córdoba, que remató con la cabeza, no, que remató con el corazón. Saltó con todo entre dos torres mexicanas y cruzó la pelota al sitio imposible, al rincón al que Óscar Pérez nunca podía llegar. Y Colombia, en las gradas y en la calle, se emocionó.

La selección de Maturana intentó dejarse llevar otra vez por el arranque explosivo y a toda pastilla que tan buenos frutos le dio en tardes anteriores. México quedó empotrada, sin capacidad para librarse del acoso local y salir con la pelota. Pero se defendió con orden y agresividad, negándole ocasiones claras al dominio rival. Su gran acierto fue jugar avisada de Giovanny Hernández, obsesionada con cerrarle espacios y segundos para pensar. Al chico, dada su clase, le dio para levantar la cabeza media docena de veces entre el aliento afilado de Torrado, Rodríguez y Morales.

Pero los mexicanos le pegaron con todo, le impidieron una final tranquila más por lo criminal que por lo civil. Además, a Giovanny esta vez le abandonó su socio preferido, el goleador Aristizábal. Primero, condenando al palo la jugada del partido, el maravilloso pase al vacío que el tesoro colombiano le regaló a los cinco minutos. Y después, a la media hora, dejando la final lesionado.

Con Giovanny sometido casi a la misma vigilancia que la policía aplicó sobre el estadio, y con Aristizábal, el goleador en estado de gracia, fuera, Colombia sufrió para llevarse al adversario por delante. Grisales quiso acaparar el juego, pero evidenció que más allá de su poderoso despliegue de ida y vuelta hay muy pocas luces.

En el primer tiempo, México sólo supo defenderse. Intentó prolongar sus posiciones, abusar del juego horizontal y llegar por las bandas, pero por donde Colombia se mostró intratable fue por atrás. Iván Córdoba, el central que luegó elevó a su país al cielo, prohibió todos los ataques.

En la segunda parte, México, siempre sin profundidad, se quedó con la pelota. Colombia parecía tocada, llevada por las botas equivocadas, porque Grisales no es prtecisamente Giovanny. Pero de pronto sucedió el momento más mágico de su historia futbolística: volvieron a pegar a Giovanny para que no recibiera la pelota; la falta la sacó Iván López y Córdoba, con la cabeza, no, con el corazón, se llenó de gloria.

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