Columna

Desconciertos

El desconcierto del día lo protagoniza el príncipe nepalí Dipendra, que, harto de sus padres, se cargó a buena parte de la familia real y luego atentó contra su propia vida. Dipendra no pudo soportar que se opusieran a su boda, y contemplemos, queridos ciudadanos, súbditos todos, cómo las penúltimas monarquías del mundo se juegan la supervivencia, a veces víctimas de la sensatez, a veces sólo del protocolo. Por ejemplo, la monarquía absoluta aunque electa del Vaticano no vacila en exhibir el cuerpo incorrupto de Juan XXIII no como si fuera la perfectamente conservada momia del Lenin del concil...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

El desconcierto del día lo protagoniza el príncipe nepalí Dipendra, que, harto de sus padres, se cargó a buena parte de la familia real y luego atentó contra su propia vida. Dipendra no pudo soportar que se opusieran a su boda, y contemplemos, queridos ciudadanos, súbditos todos, cómo las penúltimas monarquías del mundo se juegan la supervivencia, a veces víctimas de la sensatez, a veces sólo del protocolo. Por ejemplo, la monarquía absoluta aunque electa del Vaticano no vacila en exhibir el cuerpo incorrupto de Juan XXIII no como si fuera la perfectamente conservada momia del Lenin del concilio Vaticano II, sino como si fuera un milagro preconciliar. También el Vaticano mantiene en el candelabro más que en el candelero a un Santo Padre que se arrastra por la Vida y por la Historia, abatido por su propia decadencia, aunque es posible que Su Santidad no se reconozca en los espejos, tan larga la distancia entre la realidad y el deseo, entre nuestra mirada y la ajena.

En España, durante semanas y semanas, esperamos que se confirme el compromiso matrimonial entre el príncipe don Felipe y una atractiva modelo nórdica. Todo parecía a punto de anuncio cuando los húsares de Alejandra empezaron a bombardear la Zarzuela con mensajes apocalípticos, como si nos amenazaran las mismas termitas que han minado el prestigio de la monarquía inglesa. Monárquicamente, este país ha sido siempre peligroso, y ahí está en la memoria el turbio asunto de doña Urraca y sus hermanos, o el de Isabel I y La Beltraneja, las guerras carlistas o la alternativa transitoria que el carlismo-leninismo de don Carlos Hugo supuso para las aspiraciones del proclamado rey Juan Carlos. No desconozco otros desconciertos, por ejemplo el que interpreta en Euskadi Nicolás Redondo desde la partitura constitucionalista y el que allí dirige el también socialista Odón Elorza, partidario de un federalismo que metabolice el soberanismo.

Pero ojo con los problemas monárquicos, porque a los reyes los designa Dios y a los príncipes herederos casi casi. En cambio, nada sagrado está escrito sobre las reglas sucesorias de la alcaldía de San Sebastián o de la secretaría general del PSOE vasco. En asuntos monárquicos, la teología es un grado.

Archivado En