Houllier, el eslabón perdido de Anfield

Un cuartucho de mala muerte con olor a cuero y grasa fue durante casi 40 años la dependencia más sagrada del mítico estadio de Anfield. Fue allí, entre las cuatro mugrientas paredes del Boot Room (habitación de las botas) donde el Liverpool cimentó su leyenda desde los años sesenta. Desde ese rincón, siempre con una tetera lista y unas cervezas enfríandose, Bill Shankly, el técnico escocés bajo cuya dirección los reds despegaron hasta el infinito, transmitió a sus colaboradores su concepto tribal de lo que debía ser un equipo: el buen gusto por el juego, el espíritu colectivo y e...

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Un cuartucho de mala muerte con olor a cuero y grasa fue durante casi 40 años la dependencia más sagrada del mítico estadio de Anfield. Fue allí, entre las cuatro mugrientas paredes del Boot Room (habitación de las botas) donde el Liverpool cimentó su leyenda desde los años sesenta. Desde ese rincón, siempre con una tetera lista y unas cervezas enfríandose, Bill Shankly, el técnico escocés bajo cuya dirección los reds despegaron hasta el infinito, transmitió a sus colaboradores su concepto tribal de lo que debía ser un equipo: el buen gusto por el juego, el espíritu colectivo y el carácter paternalista de la institución. Toda persona ajena al cuerpo técnico tenía restringido el acceso al santuario en el que Bill solía repetir que el fútbol no era una cuestión a vida o muerte, 'sino algo mucho más importante'. Los únicos privilegiados eran Bob Paisley, Joe Fagan, Ronnie Moran y Roy Evans. La comunión entre todos fue tal que la obra se perpetuó durante décadas. Sucesivamente, Paisley, Fagan, Moran y Evans se convirtieron en inquilinos del banquillo de Anfield.

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La obra de Shankly no pasó inadvertida ni siquiera para un maestro de escuela francés llamado Gerard Houllier, afincado temporalmente en Liverpool en los años sesenta con la intención de elaborar una tesis doctoral. Aquel joven e inquieto maestro, nacido en Lille en 1947, logró una plaza como profesor de francés en el Alsop School, un colegio de barrio humilde: 'Lo primero que me preguntaron los alumnos fue si era del Everton o del Liverpool. Me quedé perplejo, tenía que tomar una rápida decisión y no supe qué decir'. Houllier salió muy pronto de dudas: en 1969, tras ver en the Kop, la grada más bulliciosa de Anfield, y cómo el Liverpool de Shankly trituraba al Dundalk escocés (10-0). Él, que sólo había jugado como aficionado en su Francia natal, se quedó boquiabierto: 'Desde aquel día mi corazón siempre fue rojo'.

De regreso a su país, el joven instructor, amante de la obra de Marcel Proust, compaginó su profesión con la de entrenador. Su primer éxito le llegó con Les Mines, un modesto al que ascendió de Quinta a Segunda División. Luego llegarían el Lens, el París Saint Germain, la selección francesa... Finalmente, Houllier recibió la llamada del Liverpool.

Se colocó como segundo de Evans, pero la bicefalia no funcionó. La situación se hizo insostenible y el club apartó a Evans y dio pista al profesor, con lo que se rompía definitivamente el eslabón con el espíritu de la sala de las botas instaurado por Shankly. En noviembre de 1998, Houllier se convirtió en el primer técnico extranjero del Liverpool. Su primer objetivo fue fortalecer defensivamente al equipo, dotarle de más carácter y abrir las puertas de par en par a los jugadores extranjeros.

Hoy día, el Liverpool es algo más competitivo que antes de la llegada de Houllier, pero ha sufrido una profunda despersonalización. El buen gusto por la pelota y los valores que Shankly mantuvo vivos durante 40 años han sido desterrados. En el Boot Room crecen las telarañas y ya no huele a té ni se desparrama la cerveza.

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