Columna

El pulso

En las ofertas de la televisión por cable, nunca faltan dos canales temáticos. Uno que se refiere a la marcha internacional de las bolsas y otro que se ocupa de la moda. Los dos canales poseen una apariencia común: ambos se apoyan sobre el permanente discurrir de una cinta. El canal de las finanzas va mostrando, bajo la imagen del informador, el movimiento de una banda donde se estampan las cotizaciones en tiempo real, el alza y la caída de los valores en términos absolutos y relativos, en reflejos sobre los índices de diferentes plazas y de distinta composición. Simultáneamente, en el canal d...

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En las ofertas de la televisión por cable, nunca faltan dos canales temáticos. Uno que se refiere a la marcha internacional de las bolsas y otro que se ocupa de la moda. Los dos canales poseen una apariencia común: ambos se apoyan sobre el permanente discurrir de una cinta. El canal de las finanzas va mostrando, bajo la imagen del informador, el movimiento de una banda donde se estampan las cotizaciones en tiempo real, el alza y la caída de los valores en términos absolutos y relativos, en reflejos sobre los índices de diferentes plazas y de distinta composición. Simultáneamente, en el canal de la moda se suceden las modelos, una tras otra, por la cinta sin fin de la pasarela. Las creaciones de Dior y Ferragano; las de Galiano, Prada, Celine o Dolce & Gabanna; las de Armani, Fendi, Givenchy, Versace, Gucci o Vuitton. Sin pausa alguna, 24 horas sobre 24, el canal va emitiendo hiladas de seducción, una elegante estética del sexo envuelta en sedas, tejidos tecnológicos, algodones, gasas, transparencias. Mientras por un canal se contempla la esencia del dinero, el alma del valor, la aventura del riesgo económico, por la otra cruza la atracción de las modelos distantes, hermosamente adelgazadas y ateas.

Entre un canal y otro se abarca lo más intenso de la producción televisiva contemporánea y global. El resto, desde las emisiones religiosas hasta las más pornográficas, son categorías de segundo grado. Cualquier cosa en televisión, desde la ópera hasta el terremoto, se convierte en entretenimiento. Todo menos estos dos canales, que son materia prima sin posibilidad de traducción, alveolos de pasiones puras. La televisión da la vuelta al mundo en numerosas lenguas y las empresas de cable nos sirven la opción de elegir el idioma que deseamos para las películas o los acontecimientos deportivos. Entretanto, el canal de las bolsas y el de la moda no se traducen y pueden desarrollarse mejor en el silencio absoluto y universal. Mientras la humanidad trabaja o reposa, mientras alguien presta o no atención a la pantalla, el canal de la Bolsa sigue, pulso a pulso, el miedo del mundo al derrumbe económico y a su lado, como compañía, golpea el latido infalible del sexo traspasando el día, la noche, la muerte, la edad.

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