'Los clientes, incluso los habituales, te miran mal y pasan de largo'

Magda Solé, de 54 años, cuelga el teléfono del puesto. Acaba de llamar una clienta de toda la vida para infundirle moral. 'Suerte de la gente que se muestra solidaria con nosotros en estos momentos tan duros. Menos mal que algunos telefonean para decir que continúan confiando en nosotros. Les estaremos agradecidos toda la vida'.

La llamada enfermedad de las vacas locas se ha convertido desde hace cuatro meses en la pesadilla de Magda, de su marido, Joan Hernández -a quien conoció en el mercado hace 30 años-, y de su hijo Marc, que sacrificó la carrera de Historia para dar ...

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Magda Solé, de 54 años, cuelga el teléfono del puesto. Acaba de llamar una clienta de toda la vida para infundirle moral. 'Suerte de la gente que se muestra solidaria con nosotros en estos momentos tan duros. Menos mal que algunos telefonean para decir que continúan confiando en nosotros. Les estaremos agradecidos toda la vida'.

La llamada enfermedad de las vacas locas se ha convertido desde hace cuatro meses en la pesadilla de Magda, de su marido, Joan Hernández -a quien conoció en el mercado hace 30 años-, y de su hijo Marc, que sacrificó la carrera de Historia para dar continuidad al pequeño negocio familiar.

El bisabuelo de Marc fue el primero que se buscó la vida vendiendo carne de vacuno y de cordero. El abuelo, hoy a punto de cumplir 93 años, heredó el puesto y, con el tiempo, acabó poniéndole una carnicería -de nombre Tino- al padre. Joan, de 55 años, sigue al pie del cañón, con su propio horizonte y el de su hijo Marc suspendidos en el aire por culpa de las vacas locas.

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'Todavía no me he lanzado al Prozac , como han hecho otros carniceros, pero sí he empezado a tomar valeriana. No puedo dormir. Me despierto todas las noches a las dos de la madrugada. Es una obsesión por encontrar soluciones imaginativas que nos permitan sobrevivir. Doy vueltas a qué se puede hacer para recortar gastos, cuántos meses podremos aguantar con el puesto abierto y qué le dejaremos a nuestro hijo'.

Las vacas locas han enfermado al colectivo de carniceros. A la carnicería Tino, como a las demás, le toca dar la cara ante un consumidor confundido y escamado por las noticias que inundan los periódicos, a pesar de que su actividad es del todo ajena a la propagación de la enfermedad que mantiene en vilo a toda Europa. 'Los clientes, incluso algunos que eran habituales, te miran mal y pasan de largo. Algunos se dirigen a ti casi como si fueras un asesino. Te acabas quemando. Y, al contrario que los productores, nosotros no hemos cobrado ni un duro en ayudas', explica, agrio, Joan Hernández.

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Caída del 70%

Magda asegura que su marido ha perdido tres kilos desde que la venta de la carne de ternera empezó a descender. Primero, en noviembre, ligeramente. Después, en picado. En Navidad, recuperó algo el tono. Desde enero, la catástrofe. A lo largo de estos cuatro meses, el consumo en Cataluña ha caído más del 70%.

Pese a la tensión que la crisis ha llevado a esta familia, el problema no es sólo de desánimo. El negocio, en el que además de los tres familiares trabajan dos empleados desde hace más de 20 años, ha dejado de ingresar 3,2 millones de pesetas desde el pasado noviembre. A este vacío en el presupuesto familiar se suma una cantidad de entre 35 y 50 millones de pesetas en la que los Hernández calculan el coste total que acabarán afrontando por las consecuencias de la reforma de los mercados decidida por el Ayuntamiento.

La familia ha tenido que trasladar la carnicería desde el mercado de Santa Caterina, en la avenida de Francesc Cambó, hasta la instalación provisional, a pocos metros del Arc de Triomf, en la que ya lleva dos años y donde, por lo menos, deberá quedarse otros tres. Lo que Marc Hernández denomina 'chiringuito transitorio' actual ocupa sólo 12 metros cuadrados. Le ha costado 2,5 millones, y eso que ha podido aprovechar el mostrador del puesto anterior. 'Sólo nos faltaban las vacas locas', murmura Joan.

Para evitar despedir a sus dos empleados, los Hernández-Solé han pensado en prescindir de sus dos plazas de aparcamiento y empezar a echar mano de los ahorros. 'No hemos podido hacer grandes cosas, ni viajar. Llevar el negocio quiere decir estar siempre al pie del cañón. Hay que levantarse de madrugada para comprar la carne, y como atención a los clientes asiduos les llevamos los pedidos personalmente a casa. A nuestra edad, ya no podemos reciclarnos en otra actividad. Somos autónomos y no tenemos derecho a paro. Todo nuestro esfuerzo no ha servido para nada', se lamenta Magda.