Mucho mercado, poco equipo

"Los extranjeros que vengan a Atotxa serán de una calidad contrastada y deberán ser una escuela para nuestra cantera, que sigue siendo el sentido de la Real. Además, para nosotros es más barato". Iñaki Alkiza, presidente del conjunto donostiarra en 1989 justificaba así en EL PAÍS la decisión del club de alterar su filosofía y admitir futbolistas extranjeros en su plantilla. Los datos no le han dado la razón, salvo en la segunda parte. De los 27 foráneos contratados, sólo cinco (Aldridge, Océano, Carlos Xavier, Karpin y Kovacevic) han aportado algún magisterio deportivo a un club acostumbrado a...

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"Los extranjeros que vengan a Atotxa serán de una calidad contrastada y deberán ser una escuela para nuestra cantera, que sigue siendo el sentido de la Real. Además, para nosotros es más barato". Iñaki Alkiza, presidente del conjunto donostiarra en 1989 justificaba así en EL PAÍS la decisión del club de alterar su filosofía y admitir futbolistas extranjeros en su plantilla. Los datos no le han dado la razón, salvo en la segunda parte. De los 27 foráneos contratados, sólo cinco (Aldridge, Océano, Carlos Xavier, Karpin y Kovacevic) han aportado algún magisterio deportivo a un club acostumbrado a la autarquía con beneficios reconocibles (33 años seguidos en Primera División, dos títulos de Liga, una Copa del Rey). El resto de los extranjeros han sucumbido o no han superado la mediocridad, por más que el beneficio económico haya encubierto el fracaso deportivo. La gestión del mercado extranjero ha tenido una visión más economicista que deportiva, ensalzada desde el propio Consejo de Administración hasta los entornos más proclives al club. La Real ha invertido 7.887 millones de pesetas en 27 jugadores desde 1989 (cuando contrató a Aldridge por 200 millones) y ha recaudado 8.915 por el traspaso de 20 de ellos. Un negocio aparentemente rentable, pero que revela, deportivamente, un fracaso global. Las cifras económicas se sustentan en el negocio particular en torno a Karpin (1.000 millones), Kodro (750) y Kovacevic (3.500). Junto a ellos han convivido futbolistas desastrosos (Pürk, Yaw, Ramirez, Mild, Cvitanovic, Kühbauer), fiascos monumentales (Atkinson, Richardson, Luis García, Sa Pinto o Bonilla) o mediocridades previsibles (Craioveanu, Gómez o Mutiu).La gestión del mercado extranjero de la Real revela una vocación más mercantilista que deportiva, no muy distante de los clubes que fichan para vender, condicionando el rendimiento deportivo. La llegada de Javier Clemente ha intensificado esta política. El técnico vizcaíno suscribe a pies juntilllas la tesis (ideada por John Benjamin Toshack) de que la Real no puede sobrevivir en Primera División sin extranjeros, ante la voracidad del vecino de al lado (el Athletic) y de los grandes clubes (Madrid, Barcelona, etc.). Clemente no dudó un instante en profesar la fe instaurada en 1989 y en convertir el vestuario en una sociedad de naciones de variopinta procedencia. Clemente ha invertido 3.600 millones en siete jugadores de origen futbolístico menor. Uno no ha debutado (Peiremans), otro se quiere ir (el turco Arif), otro se ha lesionado (Tayfun) y el resto dista mucho de pertenecer a la escuela que demandaba el ex presidente Iñaki Alkiza.

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Su tumba tiene mucho que ver anímicamente con el fichaje del portero sueco Mattias Asper. Nadie lo entendió en Guipuzcoa y muchos lo atribuyeron a las particularidades de un técnico ajeno a la idiosincrasia del club. Clemente pidió un portero grande y corpulento y el primer elegido fue el ruso Filimonov, pero se escapaba a las posibilidades, siempre restringidas, del club y Clemente se decidió por Asper, entre una terna y a través de los vídeos que le proporcionó Miguel Etxarri, el encargado de sondear permanentemente los mercados extranjeros. La crítica más profunda recibida por Clemente afecta al desmoronamiento del equipo a la menor adversidad. Clemente no ha levantado la moral ni cambiado las estructuras. Ni siquiera ha alterado los planes de Krauss. Pero sí ha alterado el guión social del club.

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