Ho Chi Minh se rejuvenece en Moscú

ENVIADO ESPECIALLa momia de Ho Chi Minh, el luchador legendario sin el que Vietnam quizá no habría existido, se encuentra estos días en Moscú para ser restaurada, y el mausoleo de piedra sillar y mármol que habitualmente la aloja en Hanoi está cerrado a cal y canto. Se trata de la única manifestación de culto a la personalidad, junto con un museo adjunto dedicado al padre de la patria, visible en la república.

Los herederos del fundador se han sucedido hasta ahora sin intentar competir con su memoria ni dejar siquiera en la historia un trazo más grueso que el de otros dirigentes, lo que...

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ENVIADO ESPECIALLa momia de Ho Chi Minh, el luchador legendario sin el que Vietnam quizá no habría existido, se encuentra estos días en Moscú para ser restaurada, y el mausoleo de piedra sillar y mármol que habitualmente la aloja en Hanoi está cerrado a cal y canto. Se trata de la única manifestación de culto a la personalidad, junto con un museo adjunto dedicado al padre de la patria, visible en la república.

Los herederos del fundador se han sucedido hasta ahora sin intentar competir con su memoria ni dejar siquiera en la historia un trazo más grueso que el de otros dirigentes, lo que resulta coherente con las enseñanzas del viejo líder.

Está por ver, en cambio, si el tío Ho, que murió en 1969 sin llegar a ver su épico triunfo, hubiera aprobado la insistencia con la que los actuales dirigentes del Partido Comunista de Vietnam llaman a las puertas de esa globalización tan denostada por los retoños de los países desarrollados, pero que para los vietnamitas representa la única oportunidad de salir de la miseria.

El éxito de la operación hasta ahora ha sido muy modesto. Al cabo de 14 años, ya que la perestroika vietnamita data de 1986, Hanoi sigue anclada en una de las versiones más pobres del gran bazar que es el Tercer Mundo: olor penetrante a despojos de carne asada que se comen en cuclillas, sobre las aceras, junto a la hilera interminable de tiendecitas que ofrecen verdura, especias, escobas, perfiles de hierro, neveras usadas, bisutería, ropa barata, pescado desecado... Hay quien sólo tiene para vender un vaso de té, quien se dedica a acarrear en bicicleta a otros, quien se aposta en la acera con la vespino y ofrece un pasaje a cambio de dinero y quien tira de la manga del turista para llevarle a un karaoke, auténtica pasión en todo el sureste asiático y que en Vietnam, donde se cuentan por millares, encubre con frecuencia un negocio de prostitución en auge.

De cuando en cuando despunta algún minúsculo local con tres ordenadores y el rótulo de Cybercafé, o alguna tienda de teléfonos móviles. Hay también una boutique con un gran cartel de Versace y su dependienta vestida de negro, que únicamente vende, al precio de unas 5.000 pesetas, zapatos de pieles pésimas hechos en Vietnam y otros países de la zona bajo marcas como la ya citada, o Gucci o Armani. En la Bolsa, que se inauguró el pasado mes de julio en la antigua Saigón, hoy Ciudad Ho Chi Minh, que es la capital vietnamita de los negocios, cotizaban el pasado lunes sólo cuatro títulos, y el volumen de intercambios no alcanzaba los 9.000 millones de pesetas. Fernando Mier, consejero comercial de la Embajada de España, razona que no se podía esperar más de un país con una renta per cápita de sólo un dólar diario y la costumbre ancestral de convertir los ahorros en oro para guardarlos en el calcetín, de manera que, sobre un total de 77 millones de vietnamitas, sólo hay abiertas en los bancos 40.000 cuentas corrientes.

"El problema de Vietnam es la falta de capital, y los retrasos en el desarrollo se deben a que los países que empezaron a invertir aquí fueron los del entorno, como Japón, Indonesia, Tailandia. Cuando estalló la crisis del yen, todo se vino abajo. Pero ahora está llegando la inversión británica y francesa. Empresarios españoles, todavía no hay ni uno. Estoy seguro de que dentro de poco todo esto habrá cambiado", explica Mier, que ha dedicado sus últimas semanas a preparar la visita que el presidente del Gobierno, José María Aznar, debería haber efectuado hoy a Hanoi.

Fernando Mier cree que, además de estabilidad política y ausencia de corrupción en el Gobierno -aunque los vietnamitas denuncian que entre la policía y los funcionarios bajos la corrupción es cotidiana-, la gran baza para el desarrollo de Vietnam es una población más formada que la de otros países del entorno y tan activa como la del más fiero de los tigres asiáticos. Hanoi comunica la impresión de una actividad frenética, reflejada en el tráfico caótico de millones de bicicletas y pequeñas motos. Y una enorme disposición para mirar al futuro. Sus chavales se arrodillan en las aceras y limpian sin perder la sonrisa las botas de los turistas norteamericanos. Todo el país recibirá el mes próximo la visita de Bill Clinton, pese a los dos millones muy largos de muertos que causó la guerra, más otros tantos de heridos, y pese al cerco económico que Estados Unidos ha mantenido frente a Vietnam hasta hace casi dos años, aunque la paz se firmó en 1975. Seguramente los dirigentes vietnamitas no hacen todo esto por gusto, sino porque se han convencido de que la paz puede resultar mucho más irresistible que el mayor de los ejércitos.

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