CICLISMO Mundiales

El letón veloz, sentimental y sabio

Lloraba y lloraba Romans Vainsteins en el podio. Freire mirando de refilón el hermoso maillot arcoiris, su jersey todo un año, cambiando de hombros, y Vainsteins, llorando. Un letón sentimental y veloz. Un hombre enamorado. "No todos los días se gana el Mundial", dijo el nativo de Riga, el hombre sin raíces. Sus abuelos, judíos en Polonia, tuvieron que huir de la invasión nazi. En la Letonia soviética tuvieron que cambiar de apellido. En el frío de Riga, "en la Unión Soviética", precisa en su dulce italiano el primer letón campeón del mundo, aguantó Vainsteins hasta los 17 años, hasta 1...

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Lloraba y lloraba Romans Vainsteins en el podio. Freire mirando de refilón el hermoso maillot arcoiris, su jersey todo un año, cambiando de hombros, y Vainsteins, llorando. Un letón sentimental y veloz. Un hombre enamorado. "No todos los días se gana el Mundial", dijo el nativo de Riga, el hombre sin raíces. Sus abuelos, judíos en Polonia, tuvieron que huir de la invasión nazi. En la Letonia soviética tuvieron que cambiar de apellido. En el frío de Riga, "en la Unión Soviética", precisa en su dulce italiano el primer letón campeón del mundo, aguantó Vainsteins hasta los 17 años, hasta 1990. Con el equipo ciclista nacional emigró a Bélgica, a otros fríos, otros vientos, otra cultura. Siete años después, nueva emigración, nuevo cambio cultural. La vida en Italia, con mujer e hija.Vainsteins, entre viaje y viaje, tuvo que hacerse a sí mismo. Siempre en ambiente extraño. No es extraño, no es mentira, que su primera frase después de la consagración, ante la sorprendida troupe que le acosaba, fuera "todo es posible, basta quererlo". Lo dijo por su campeonato del mundo. Lo dijo sin apartar la vista de una chica que le escuchaba absorta en la primera fila. Era la misma chica que se metió en el coche oficial que sacaba al campeón de la zona del podio y empezó a estrujarlo, a él, al ramo de flores, a la medalla de oro, al arcoiris de su pecho, a todo.

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Vainsteins, 27 años, 1,76 metros, 66 kilos concentrados en una imponente masa muscular en el tren inferior, glúteo y muslos, es más que un sprinter, aunque también es el sprinter que anticipó para medio mundo el irremediable declive de Mario Cipollini cuando le derrotó en marzo en una larga recta, en un clásico sprint largo y gigante. También es el ciclista callado que no gana en exceso (20 triunfos en sus tres años de profesional), pero regular hasta decir basta, por lo que, pese a ser un nombre no muy popular, en la última lista de la UCI era sexto.

Vainsteins, chico sensible, callado, enamorado y educado, sigue viviendo en Italia. Tiene casa en Missaglia, entre Milán y Bérgamo. Su mujer y su hija, letonas, también viven por allí, pero en otra casa. En la suya, con él, vive la joven feliz y exagerada, vive Elisabetha Caldirola, hija de Nando Caldirola, que no es otro que su patrón, el dueño de Vini Caldirola, el Don Simón italiano, el patrocinador de su equipo ciclista. Pero no teman, Vainsteins no buscaba amarrarse en el equipo ligándose a la hija del dueño: en 2001, el letón correrá en un equipo belga, el Domo-Farm Frites. Allí lucirá su arcoiris sobre fondo blanco. Pero no emigrará más. Seguirá viviendo en Italia. Seguirá siendo un hombre sin raíces. El hombre más veloz.

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