CICLISMO Mundiales

Freire cambia el oro por el bronce

El cántabro llegó tercero en un 'sprint' en el que se impuso el letón Romans Vainsteins

Óscar Freire casi no podía creérselo. Dios existe, Dios existe, podría haber gritado en alto. Allí estaba él, así estaba la carrera. 200 metros para la meta. Final de la última cuesta abajo. Luego, una corta rampa en ascenso. Andréi Tchmil, el último de los tenaces, acababa de caer. Llegaban 25 y se iban a jugar la victoria al sprint. Era el Mundial. Era lo que deseaba el cántabro campeón del mundo de 1999. El sprint le iba bien. Él era el más fuerte, era su terreno, era un Mundial, una carrera en la que ya ganó la plata cuando amateur. Encima, no se podía pedir ya más, gr...

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Óscar Freire casi no podía creérselo. Dios existe, Dios existe, podría haber gritado en alto. Allí estaba él, así estaba la carrera. 200 metros para la meta. Final de la última cuesta abajo. Luego, una corta rampa en ascenso. Andréi Tchmil, el último de los tenaces, acababa de caer. Llegaban 25 y se iban a jugar la victoria al sprint. Era el Mundial. Era lo que deseaba el cántabro campeón del mundo de 1999. El sprint le iba bien. Él era el más fuerte, era su terreno, era un Mundial, una carrera en la que ya ganó la plata cuando amateur. Encima, no se podía pedir ya más, gracias al último ataque del inoxidable belga Tchmil (37 años, el más veterano de todos los participantes), la cosa iba limpia, lanzada. Se trataba de ser más rápido sin más preocupaciones. Romans Vainsteins, el letón al que nadie había visto hasta que llegó su recta, ya había comenzado la operación, había sido el primero en dar la cara al viento; a su rueda, un polaco veterano, siempre bien colocado, pocas veces ganador, Zbigniew Spruch; y después, Bartoli, su compañero de equipo, el italiano favorito que se sabía más lento que los de delante y que el de detrás. Luego Freire. Sí, todo iba demasiado bien. ¿Quién había dicho que el Mundial era una lotería? Una vez ganó Freire. Sorpresa. Ganaría el año siguiente. Confirmación innecesaria.La carrera había sido perfecta. Planteamiento, nudo. España por todas partes. Selección omnipresente. Chicos con ganas, chicos trabajadores. Escapados hasta que reventaron, Eladio, Layi, Jiménez y Rafa Díaz Justo, el Titán de Jerindote, de la cuarta a la duodécima vuelta. 145 kilómetros. Forzando la marcha. Logrando que el Mundial de Plouay no parara en ningún momento, que el último Mundial del siglo fuera también el más rápido: 42,963 kilómetros por hora de media. El más veloz. Sin respiro. Cayeron Layi y el Titán y saltó José Enrique Gutiérrez Cataluña, el Búfalo. Todo siguió animado. Españoles por todas partes. Tirando desde atrás, atacando por delante. Freire, oculto. Esperando su momento. Tranquilo. Sabiéndose fuerte, sabiendo que sus compañeros harían la carrera hasta el momento decisivo.

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Llegarían después la selección, el repecho rompiendo las fuerzas, acabando con las esperanzas de muchos (de Jalabert, también, del favorito francés que en el día en que quería ganarlo todo para ser un hombre nuevo, se tuvo que retirar, vacío); llegaron los ataques. El esperado del desesperado Michele Bartoli, un año más. Desesperante. Atacó Bartoli subiendo y bajando. En llano también. Se picó el tipo con más clase con el duro de Tchmil, el hombre que ama la lluvia y el viento al que le cayó encima un día seco, calmo y nada frío (15º), húmedo lo más, malo para la artrosis pero no para los ciclistas. Bartoli y Tchmil derrocharon energías, se mostraron en exceso, exhibieron sus debilidades.

Vainsteins, detrás, callado, oculto, pensaba, y eso dijo: "Bien, bien, veo que es imposible que nadie, ni el más fuerte, ni el duro de Tchmil que dejó a todos por fuerza en la Vuelta a Flandes; ni el extraordinario Bartoli, dos veces ganador de la Lieja-Bastoña-Lieja; tampoco Axel Merckx, el hijo del Caníbal, fuerte y trabajador, con su padre allí esperándole con la chaqueta del chándal de la selección belga nadie puede escapar a la ley del gran grupo. Este circuito es veloz, muy veloz. Es un circuito para un sprint. Es mi circuito". Vainsteins no tenía equipo (Letonia llegó con tres; Belohvosciks hizo una absurda exhibición de cómo subir un repecho atrancado con el plato grande y se retiró; Ozols por allí anduvo). Alguien proveería. Freire, sí que tenía equipo. Su equipo trabajaría. Un equipo de jóvenes simpáticos y motivados. Amor a su dignidad. Y dinero que les había prometido Freire: 1.600.000 pesetas por el oro daba la federación a cada uno, 1.600.000 más daría el cántabro, a quien su patrón Squinzi le había dicho: tienes carta blanca para incentivar a tus compañeros. Zubeldia, Laiseka, Odriozola, Sastre Candil, que mandaron en el pelotón durante la primera fase decisiva. Rubiera, Perdiguero, Beltrán, el increíble Cerezo (aún sin equipo para 2001), que estuvieron en el grupo selecto cuando ya se decidió todo. España trabajó bien. Logró que se llegara en grupo reducido. Trabajó para Vainsteins, dirá el cínico. Trabajaron para Freire, en quien creían, a quien respetan, a quien aman, y para ellos mismos, añadirán ellos. Por su valor y por su seleccionador.

Mala colocación

En la carretera, 25 hombres. Vainsteins, Spruch, Bartoli, Freire. Todo va perfecto. Todo debe salir perfecto. Freire no creía en su suerte. Freire, de repente, ve que su colocación no es la mejor; Freire ve que Bartoli se frena delante de él, que su rueda roza la suya, que pierde pedalada, que Vainsteins y Spruch vuelan, que el oro se esfuma, que no podrá seguir llevando el arcoiris en 2001. Freire da un golpe en el manillar y se lamenta. "Me he colocado mal", dijo. "Era el más fuerte y he hecho mal el sprint". Desesperante, ¿no? "Y no me fastidia tanto el bronce, que no es malo, como el no tener el oro después de haberlo tenido al alcance de la mano. Pero no me importa. El año que viene recuperaré el arcoiris. Después de todo, soy un hombre-Munidal. Cuatro corridos y tres medallas: oro, plata, bronce. Después de todo, soy un ganador: 55 carreras este año, nueve victorias. Y todavía queda el sábado el Giro de Lombardía".Freire, sí, es un extraterrestre que nunca se lamenta demasiado tiempo de la oportunidad perdida. O de cambiar oro por bronce.

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