Redondo se deprime en Milán

El ex capitán del Real Madrid atraviesa la etapa más dramática de su carrera

Fernando Redondo está sumido en la depresión. Postrado en Milán, con la pierna derecha cosida después de la quinta operación de ligamentos que sufre en su carrera. Solo. Sin casa. Sin familia. Lejos de sus amigos y malhumorado. Maldiciéndose una y otra vez, en silencio, por haber antepuesto su orgullo en aquel día de julio en que el Real Madrid, el club en el que había decidido retirarse del fútbol, le abrió la puerta de atrás invitándole a que se fuera. Arrepentido, quizá, por no haber presentado batalla cuando Florentino Pérez le comunicó por medio de Pirri que quería venderle al Milan. Arre...

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Fernando Redondo está sumido en la depresión. Postrado en Milán, con la pierna derecha cosida después de la quinta operación de ligamentos que sufre en su carrera. Solo. Sin casa. Sin familia. Lejos de sus amigos y malhumorado. Maldiciéndose una y otra vez, en silencio, por haber antepuesto su orgullo en aquel día de julio en que el Real Madrid, el club en el que había decidido retirarse del fútbol, le abrió la puerta de atrás invitándole a que se fuera. Arrepentido, quizá, por no haber presentado batalla cuando Florentino Pérez le comunicó por medio de Pirri que quería venderle al Milan. Arrepentido por no negarse a dejar Madrid y por acudir a una ciudad donde ha encontrado una serie interminable de inconvenientes: el infierno para un obseso del perfeccionismo.Redondo era un héroe silencioso y el vestuario del Madrid su territorio natural. Su presencia fascinaba a sus propios compañeros. Le veían a un tiempo ausente, ensimismado, y permanentemente vigilante. Se sorprendían al descubrir que cuidaba cada centímetro de su cuerpo: estiraba cada músculo después de las prácticas, repasaba su pelo y su cutis frente al espejo durante largos minutos, se hidrataba la piel, regulaba su dieta de forma milimétrica, ejercitaba cada paquete muscular con máquinas que le costaron hasta 20 millones de pesetas, en el gimnasio de su casa. Hasta sus botas parecían más brillantes cuando se las ponía. Y antes de salir al campo se tomaba un tiempo específico para cada cosa. Por ejemplo, se ataba las vendas alrededor de los tobillos de modo que ningún pliegue se le doblase sobre otro, según los boquiabiertos testigos. Nunca habían visto a nadie atarse así las vendas protectoras.

"El partido es un rompecabezas y él se pasaba noventa minutos ordenándolo", explica con admiración uno de sus ex compañeros. Redondo, amante de la simetría, prefería el círculo central para hacer su trabajo. Ni adelante ni atrás. La equidistancia y el pase corto, para evitar los errores. Desde ahí lo controlaba todo durante el juego. Y después de la ducha, al buscar cualquiera de sus dos coches, su dominio absoluto se prolongaba hasta el volante: de fabricación alemana, eran dos espejos negros de chapas enceradas. Su ropa era otra historia. Aficionado a las colecciones de moda, cientos de trajes y decenas de pares de zapatos se alineaban en su vestidor, en la mansión que poseía, en el barrio madrileño de Mirasierra.

En Milán, donde el club de Silvio Berlusconi le pagará 800 millones de pesetas por las próximas tres temporadas, Redondo se ha descubierto lejos de su mansión con dos piscinas -una de invierno, otra de verano-. No encuentra una residencia apropiada y sigue sin llevarse a su mujer y a sus dos hijos. Sigue solo, encerrado en la habitación de un hotel. Comiendo y cenando entre cuatro paredes. Sin pisar la calle nada más que para meterse en el embotellamiento cotidiano, de camino a Milanello, la ciudad deportiva del Milan. Tras dos controles de seguridad y en un paisaje dominado por la cibernética, se mete en un gimnasio donde las máquinas operan según sus condiciones fisiológicas, su edad y su historia clínica. Allí descubre al técnico, Alberto Zaccheroni. Y descubre que este hombre sólo entrena una jugada matriz. Una especie de fórmula sacrosanta: balón largo de un central, Costacurta, para Bierhoff que la baja con el pecho y descarga para un centrocampista que a su vez abre a la banda para que el carrilero meta el centro. "¿Y para esto me han contratado?", debió preguntarse el capitán del equipo que ganó la última Copa de Europa.

La primera reacción de su cuerpo ante semejante imperfección fue la tristeza. Al segundo día de entrenamiento sufrió un tirón muscular. Y cuando regresó, tras recuperarse, una punzada le atravesó la rodilla derecha: rotura parcial del ligamento cruzado anterior. Le esperan seis meses de baja y todavía no ha jugado ni un solo partido con su nuevo club. A sus 31 años, en marzo sabrá si sus días de gloria han quedado definitivamente atrás.

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