SYDNEY 2000

Supermarion

La estadounidense gana la final de los 100 metros con una enorme autoridad, mientras todas sus rivales ejercen como simples figurantes

Nadie se opuso a Marion Jones en el primer acto de su aventura olímpica. Ganó los 100 metros con una autoridad aplastante, una carrera sin drama, protagonizada únicamente por la atleta estadounidense. Las demás finalistas ejercieron de figurantes, convencidas de que la distancia entre la campeona y ellas es abismal. Como suele ocurrir con los atletas que hacen época, la presencia de Marion Jones tiene un carácter disuasorio sobre sus rivales, con un efecto regresivo sobre la prueba de 100 metros, cada vez más despoblada de grandes especialistas. A su manera, Jones significa en la pista lo que ...

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Nadie se opuso a Marion Jones en el primer acto de su aventura olímpica. Ganó los 100 metros con una autoridad aplastante, una carrera sin drama, protagonizada únicamente por la atleta estadounidense. Las demás finalistas ejercieron de figurantes, convencidas de que la distancia entre la campeona y ellas es abismal. Como suele ocurrir con los atletas que hacen época, la presencia de Marion Jones tiene un carácter disuasorio sobre sus rivales, con un efecto regresivo sobre la prueba de 100 metros, cada vez más despoblada de grandes especialistas. A su manera, Jones significa en la pista lo que Tiger Woods en el golf: una estrella gigantesca que obliga a pensar en el atletismo de dos velocidades.La capitulación de las velocistas ante Marion Jones quedó consagrada en la fría noche de Sydney. Desde su regreso al atletismo en 1997, la atleta estadounidense está empeñada en abrir una brecha cada vez más grande. En su primera temporada en el gran circuito internacional, venció a la ucrania Zana Pintusevich en el Mundial de Atenas por un centímetro. El pasado año sólo admitió alguna contestación de Inger Miller. Ahora se encuentra frente a un paisaje despoblado, sin otros desafíos que los personales.

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La diferencia sobre la griega Ekaterina Thanou expresó el estado actual de la velocidad. Fueron 37 centésimas, cuatro metros de distancia que impidieron hablar de una carrera en el sentido competitivo del término. Jones compite por buscar un lugar en la leyenda, ajena a los mundanos problemas de las demás atletas. No se puede decir otra cosa de alguien que gana la final olímpica con una marca de 10,75 centésimas, a pesar del frío y de un viento molesto, condiciones que influyen muy negativamente sobre los movimientos explosivos de los velocistas.

Puesto que no hubo carrera, hubo una invitación al debate. Todos los datos indican que Marion Jones está en disposición de bajar de 10,60 segundos. Es decir, de acercarse a los límites de Florence Griffith. Probablemente, Jones no conseguirá batir el récord mundial -10,49 segundos-, pero lo pondrá a tiro, algo que parecía impensable hasta hace bien poco. Hasta ahora, su calendario ha estado dirigido a hacer historia en los Juegos Olímpicos. Jones y sus consejeros saben muy bien los beneficios que reporta un gran éxito en los Juegos, tanto en el aspecto económico como en términos de prestigio. Se trata de una inversión de largo alcance, para toda la vida. Los Juegos de Sydney han dado a Marion Jones la posibilidad de medirse con los mitos de Jesse Owens y Carl Lewis, y a ese fin ha dedicado los tres últimos años. Cualquier cosa que ocurra en la próxima semana -el plazo que tiene para conquistar cinco medallas de oro- no impedirá poner fin a un ciclo. Cuando terminen los Juegos, Marion Jones dedicará su esfuerzo a recortar la diferencia entre las marcas de Griffith y las suyas.

Cada vez es más apreciable la sensación de que se acerca a la plenitud, con un valor añadido que resulta gratificante. Marion Jones transmite frescura, la mejor noticia posible para el atletismo. En su comportamiento no hay nada histriónico, ni forzado. Por supuesto, está rodeada por una densa trama comercial, pero en ella se aprecia todavía la emoción sincera por el deporte. Bastó verla después de su triunfo, emocionada ante el sueño cumplido. En ese momento no echaba cuentas. Era una atleta feliz, sin arrogancia, ajena a cualquier exceso teatral. Su espontaneidad contrastó con el calculado show de Maurice Greene, y el público lo agradeció.

A estos Juegos maravillosos, que han servido para recuperar muchos viejos valores del deporte, le convienen la figura de Marion Jones, una atleta que inspira la cálida respuesta del público. La misma satisfacción que sintió ella, se vivió en el estadio. La gente no quiere campeones de plástico, quiere atletas que resulten cercanos, que no parezcan fabricados en los despachos de abogados y agentes. Por eso se hizo tan fácil la identificación de los 100.000 espectadores con Jones. En ella observaron a la muchacha de al lado, la clase de atleta que daría cualquier cosa en esta vida por una victoria en los Juegos. Eso es lo que representa Jones, por fortuna para el deporte.

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