Generación nómada

EL PAÍS DONDE LOS NIÑOS TIEMBLAN AL OÍR UN AVIÓN

Madrileño, de 31 años, lleva cinco fuera de España, pero va a tener que reciclarse en telenovelas. En Yugoslavia no pasa un día sin que chicos o mayores le pregunten por ejemplo -imitando a la perfección los sonidos castellanos- cómo acaba Cassandra. El choque energético que le ha producido el país le impide pensar en volver. "Ser español no es allí cualquier cosa", explica. "Te mencionan las Brigadas Internacionales o te recitan Verde que te quiero verde".Pero las huellas de las bombas de la OTAN siguen ahí. "Los niños recuerdan los bombardeos de 78 días con 78 noches, y al oír ...

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Madrileño, de 31 años, lleva cinco fuera de España, pero va a tener que reciclarse en telenovelas. En Yugoslavia no pasa un día sin que chicos o mayores le pregunten por ejemplo -imitando a la perfección los sonidos castellanos- cómo acaba Cassandra. El choque energético que le ha producido el país le impide pensar en volver. "Ser español no es allí cualquier cosa", explica. "Te mencionan las Brigadas Internacionales o te recitan Verde que te quiero verde".Pero las huellas de las bombas de la OTAN siguen ahí. "Los niños recuerdan los bombardeos de 78 días con 78 noches, y al oír un avión tiemblan y se agarran a las madres, que tienen que explicarles que ya no son aparatos militares, sino de pasajeros", cuenta Javier.

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Cuando se especializó en Bruselas en Derecho Comunitario no podía sospechar que los contactos con organismos de la ONU y de la UE le llevarían a los Balcanes. Fueron 10 meses decisivos para él en Bosnia, entre 1997 y 1998. "Hice amistad con otro español, responsable de Cruz Roja Española (CRE) en la zona y al cargo de un hospital psiquiátrico en Modrica, junto a Banja Luka, localidad ahora integrada en la República Serbia de Bosnia. "Allí comprendí la grandeza de la neutralidad de Cruz Roja", rememora Javier. "Fuera, podía ocurrir de todo; pero en el hospital se trataba por igual a cada enfermo, fuese serbio, bosnio o croata".

Los Balcanes ya no le soltaron. Integrado en CRE, participó durante el conflicto de Kosovo en campos de refugiados albanokosovares como el de Hamada. "La situación era muy cambiante, pero ACNUR (Alto Comisariado de la ONU para los Refugiados) nos iba informando de la cantidad de personas que enviaban hacia el campo. Llegamos a tener 5.000". Cuando la guerra concluyó, la misión de CRE en Kosovo fue sobre todo la rehabilitación de escuelas, con apoyo de ECHO, la oficina de ayuda humanitaria de la UE, y de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI).

"Miedo, no llegué a pasar", dice; pero vio las represalias ejercidas por los albanokosovares que regresaban al territorio con apoyo de la OTAN contra serbios, gitanos y musulmanes. "Mi casera en Pristina era bosnia musulmana, y los albanokosovares la amenazaban cada noche: 'Vete con Milosevic', le decían, a esa mujer que había visto destruidos Bosnia y Kosovo. Tuvo que irse a Sarajevo".

Kosovo se ha ido normalizando, constata pero no oculta que cada semana hay dos o tres muertos de esas comunidades represaliadas. "Las fuerzas aliadas han logrado un razonable grado de desarme, a base de constantes controles en las calles y carreteras. En CRE sólo hemos sufrido algún pillaje".

Desde septiembre de 1999 lleva la delegación de CRE en Belgrado. "Apenas trabajan ONG extranjeras en Yugoslavia, por motivos políticos. Pero voluntarios yugoslavos para la solidaridad no faltan. Gente que almacena los alimentos que gestionamos, gente que conduce los camiones y, sobre todo, mujeres que cocinan para unos 1.000 niños: hemos instalado comedores escolares en Zastava, ciudad industrial de 120.000 habitantes, donde la fábrica Jugo tenía antes de los bombardeos de la OTAN 35.000 obreros y ahora sólo puede dar empleo a 5.000". Se hace cruces de cómo sobrevive la población. "Antes de la guerra, el salario medio en Yugoslavia era de 85.000 pesetas, y ahora de apenas 7.000".

La Yugoslavia que conoce Javier ha tenido que sobreponerse al embargo de petróleo y al alud de unos 700.000 refugiados de Bosnia o Croacia y unos 200.000 desplazados de Kosovo: prácticamente un 10% de la población. "Lo que me admira es que muchos de ellos son gitanos, y no hay el menor asomo de racismo. Los gitanos están por doquier, son músicos, recogen papel o basura. En las escuelas donde nosotros damos de comer hay niños de toda procedencia".

El contacto con la población le ha convertido en un belgradense. "Españoles y yugoslavos nos parecemos. Ellos entienden perfectamente el cine de Almodóvar o una película como Torrente. Fue tremendo ver por televisión el España-Yugoslavia de la reciente Eurocopa; para mí fue la victoria más amarga, porque hasta unos segundos antes Belgrado era el delirio. Son así, vitalistas, esperpénticos. Tienen una forma como epiléptica para todo, para lo bueno y para lo malo".

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